En homenaje a los lugares comunes de la astrología, el año arrancó a pura crisis, con China en el centro de la escena. La economía global no acaba el proceso de reacomodamiento disparado tras la caída de Lehman Brothers y augura un nuevo año de dificultades, sobre todo para los países emergentes. El magnate y gurú George Soros ya advirtió sobre el olor a 2008 que le siente al derrape financiero de inicios de 2016.
Ansioso por marchar hacia el huracán, el gobierno de Mauricio Macri profundiza su política de “reinserción” en este mundo hostil y lanzado a una puja distributiva y geopolítica salvaje. A los pasos concretos de la apertura de la cuenta capital y el regreso al camino del reendeudamiento, le sumará en los próximos día un gesto simbólico. El viaje al Foro Económico de Davos, un ágape global de glamour algo aspiracional, en el que los dueños de la billetera aceptan sacarse fotos y dar consejos a sus fanas políticos del tercer mundo.
Hacia allí irá, reponiendo una tradición de los tiempos de Menem y De la Rúa, la dupla que pretende contornear el mapa político local de los próximos años: Mauricio Macri y Sergio Massa. Una foto de la estrategia electoral menuda pero también del ciclo político que se quiere fundar.
Los sojadólares, el efectivo con el que cuenta el gobierno para pagar la entrada a ese tipo de clubes, definieron la primera gran paritaria del año. Tras la celebrada prolijidad con que se liberó el mercado cambiario, el dólar se movió en diciembre por debajo de las expectativas del complejo de los agronegocios. Empezaron a flaquear los compromisos de liquidación y los granos estoqueados se durmieron en los silobolsas. Se despertaron sobre el final de la semana, cuando la divisa subió el escalón de los 14 pesos y los variaciones de precios de los granos en Chicago permitieron capturar alguna oportunidad.
La demanda de dólares también despertó y el mercado comenzó a tantear sus propios límites, algo que no preocupa todavía al Banco Central en su esquema de flotación sucia. Sí puso la autoridad monetaria un freno a la movida que había ensayado en los últimos días del año pasado para descomprimir las tasas de interés, luego de encumbrarlas como contrapartida de la devaluación. El precio del dinero, que los pequeños ahorristas no sienten en sus plazos fijos porque se eliminó el piso que había impuesto Alejandro Vanoli, opera en los créditos. Es parte del dispositivo para que la menor actividad económica allane el camino de un pacto social que ancle el salario en 2016.
La amenaza del ministro de Hacienda sobre el riesgo que corren los puestos de trabajo si se desmadran los reclamos sindicales comenzó a aparecerse. En el medio de la noble guerra contra los ñoquis y del prolapso de los grupos empresarios nacidos de la relación política con el kirchnerismo, el despido comienza a resignificarse en la nueva etapa. Si el empleo era el principio indiscutible en torno del que se articulaba la posconvertibilidad, la doxa de la hora lo pone en debate: debe cumplir ahora ciertos requisitos económicos y políticos para que sea un activo a defender. Bajo el poncho de la legítima aspiración de ver a algún amigo de Boudou ganarse el mango como cualquier hijo de vecino, una chorrera de cesantías avanza sobre distintos niveles del Estado en los que campea el trabajo precario. También, por estas horas, en las empresas de medios, en contratistas del Estado y hasta en frigoríficos, supuestos beneficiarios de la nueva política económica.
Más allá de pertinentes debates sobre las contrataciones del Estado, el efecto disciplinamiento de los telegramas es lo que se intenta valer en los albores de la negociación salarial. Una paritaria que viene invertida respecto de otros años. Con comunicados y declaraciones muy duras desde el sector gremial, como la advertencia moyanista de que no lo van a correr con despidos, y con acciones concretas desde el sector empresario. “No hay ninguna posibilidad de que se retrotraigan los precios a noviembre”, dijo Daniel Funes de Rioja, presidente de la Copal, lanzado como un panzer sobre una inmóvil línea de defensa gremial. Casi como una concesión, tras dos meses de aumentos desenfrenados, los empresarios aceptaron participar de una versión desagiada de Precios Cuidados. Un plan lanzado por Axel Kicillof y Augusto Costa (no por Guillermo Moreno), que nació en medio de la sorna de los gurúes económicos pero que algo debe haber hecho a la luz del odio que le descargan los grandes industriales y comercializadores de productos de consumo masivo y de la necesidad del actual gobierno de mantenerlo como marca, más allá del desprecio que le despierta. La conversión de un sistema de referencia de precios en una suerte de bolsón navideño muestra cierta complejidad para desmontar instituciones de los últimos años. Los palos en manifestaciones no. Ahí prima la ortodoxia.