Después de dos años, se hizo justicia. El caso de Alberto José Burdisso, el
hombre asesinado en esta localidad el 2 de junio de 2008, tiene culpables y castigo: la Justicia
condenó a 20 años de prisión a Gisela Córdoba (quien se decía pareja de la víctima) y Marcos
Brochero por homicidio agravado por premeditación y alevosía, mientras que Juan Huck deberá estar
siete años entre las rejas por homicidio simple. Ambos hombres, se decía, mantenían también una
relación sentimental con la acusada.
La sentencia fue impuesta por el Juzgado de Sentencia Sexta de Santa Fe. La
instrucción estuvo a cargo del Juzgado de Primera Instancia en lo Penal de Instrucción y
Correccional, de San Jorge, Eladio García, quien en diálogo con LaCapital valoró la movilización
popular y el compromiso de la población en torno al caso (ver aparte).
Burdisso había desaparecido el 1º de junio de 2008, cuando se lo vio por última
vez. Al día siguiente, sus compañeros del Club Atlético Trebolense advirtieron su ausencia al
trabajo, y la preocupación se acrecentó cuando los días posteriores tampoco concurrió. El hombre
era un trebolense de 61 años, retraído, que había cobrado una indemnización por la desaparición de
su hermana en la dictadura. Después, se supo, fue muerto "a traición y sobre seguro" por motivos
económicos a manos de Córdoba, Brochero y Huck.
Pero cuando esto ni se sabía, el hombre fue buscado por la fuerza pública y la
ciudadanía durante tres semanas hasta que fue hallado muerto en el fondo de un antiguo pozo de agua
de una casa rural en ruinas, a pocos kilómetros de El Trébol.
Tal cual lo publicó oportunamente este diario, los detalles de la investigación
fueron espeluznantes. La muerte de Burdisso se produjo por asfixia tras ser tapiado en vida y se
dio como corolario de un proceso en el que una pareja se apoderó paulatinamente de sus bienes.
Poco después del amanecer del domingo 1º de junio, Gisela Córdoba, entonces de
27 años, salió hacia el campo junto a Brochero, de 32 (su esposo), Burdisso y Huck, de 61 años. Se
movilizaron en un Peugeot 504 azul hasta llegar a una vivienda en ruinas ubicada a unos ocho
kilómetros del casco urbano. La excusa era colectar leña para compartir un asado, algo que hacían
con cierta frecuencia.
De la antigua casona de campo, emplazada a unos 300 metros de un camino
rural, quedan las partes bajas de algunas paredes, montículos de ladrillos, escombros y el pozo de
agua. Desde la distancia sólo se ve el monte de paraísos, ligustros y malezas, tal cual lo
describió este diario apenas se conoció el lugar donde fue hallado el cadáver.
El lugar había sido bien elegido. Nadie pasa por allí una mañana de
domingo invernal. No hay habitantes, los propietarios del campo viven en Rosario y lo alquilan para
la siembra.
La Justicia estableció después que esa mañana, al pasar junto al pozo,
Burdisso fue empujado, cayó 12 metros y golpeó contra el fondo, se quebró cinco costillas, se
dislocó un hombro y se quebró el otro. Según el detalle de la autopsia, la víctima permaneció con
esas lesiones durante tres días hasta que Brochero volvió al lugar, y al comprobar que permanecía
con vida, rompió el brocal del pozo y tiró los escombros hacia adentro, agregó tierra, restos de la
construcción, chapas y ramas.
“Lo tapió en vida. Fue macabro porque de los estudios surge que el
hombre tenía tierra en la boca y vías aéreas, o sea que intentó respirar bajo el material
arrojado”, comentaba por esos días una fuente tribunalicia. La autopsia indicó “muerte
por asfixia por confinamiento”.
Según la investigación, Córdoba frecuentaba a Burdisso a pesar de que el
hombre había descubierto que entre la mujer y Brochero había una relación sentimental y que no eran
hermanos, como le habían dicho. Esto fue incluso denunciado cuando entre los dos hombres hubo un
altercado.
La pareja ahora condenada se había aprovechado del trebolense desde
hacía tiempo. Córdoba simulaba una relación con él y se había llevado la mayor parte de una
indemnización de más de 200 mil pesos que había cobrado la víctima.
Mediante falsos argumentos se adueñó poco a poco del dinero producido
por la venta de una casa y de un auto que Burdisso había comprado. También se apoderó de los
muebles, electrodomésticos y le sacaban gran parte de su sueldo que recibía como empleado del club
Trebolense. El próximo objetivo era alquilar la casa que él habitaba.
Burdisso también compartió la titularidad de la vivienda con Córdoba
pero tenía firmado un usufructo vitalicio por lo cual, para darla en alquiler o venderla, la pareja
de delincuentes debía contar con su aprobación.
La semana anterior a la desaparición, Córdoba ofreció la vivienda en
alquiler a un hombre apodado el “Uruguayo”. La gestión la hizo a través de la sobrina
del potencial inquilino y su novio, un reconocido futbolista de la Liga San Martín que estuvo
detenido como sospechoso, pero recuperó la libertad al probarse que desconocía el asunto. El mismo
día de la desaparición, Córdoba mostró la casa al “Uruguayo” y posteriormente firmaron
un contrato de locación.
La mujer creía además que era beneficiaria de un seguro de vida que
tenía Burdisso por lo que después de haberlo ultimado pidió a Huck que lo sacara del pozo y lo
tirara en algún lugar para que lo encontraran y se confirmara su muerte para exigir la
compensación. Este no accedió al pedido.
La alevosía a la que refería la instrucción tuvo que ver con la traición
de Córdoba hacia la víctima y en que el hecho fue planificado y cometido sobre seguro: si había una
relación sentimental, jamás podía suponer que lo iban a matar.
De las pericias surgió además que Córdoba llamó desde su celular para
confirmar si el hombre permanecía con vida. En el teléfono de la víctima se registraron llamadas
entrantes poco después de haber sido arrojado al pozo.
La instrucción del homicidio duró hasta septiembre de 2008. En el medio
hubo 17 personas detenidas, que fueron recuperando la libertad, hasta que se procesó a los tres
condenados. Gran parte de los hechos se determinó a través de las declaraciones de estos mismos
procesados.