Día tras día
¿Qué hacer en el mientras tanto, hasta que el infierno deje de arder? Sin siquiera una changa te podés morir de hambre, tirado en el camastro de tu pieza.

Domingo 21 de Julio de 2019

¿Qué hacer en el mientras tanto, hasta que el infierno deje de arder? Sin siquiera una changa te podés morir de hambre, tirado en el camastro de tu pieza. Una pesadilla aparte si necesitás comprar medicamentos. Y los hospitales públicos revientan de pacientes. ¿Salir a robar? No. Robar no. Es preferible someterse a la humillación que te dicta un estúpido orgullo y recibir la caridad de algunos comprometidos con el significado de la palabra hermano. Y sobrevivir. La dueña de la pensión es comprensiva. Lástima esa verruga con pelos y su edad impronunciable. Entonces comprendí que dar y recibir a veces no es tan equitativo. Si los que detentan el poder en vez invitarnos a cruzar el ancho río donde también flota la mentira se atrevieran a descender a las arenas de los necesitados, acaso comprenderían el significado de las palabras necesidad, hoy, ahora, desesperación. Asistimos a un combate entre postulantes políticos que no se dan tregua. Golpe a golpe, ni un tranco atrás. La bolsa lo vale. Y uno de ellos, sentado en el banquillo buscando aire junto al FMI que lo asiste en su rincón, insiste en que su mayor éxito fue que no haya estallado la bomba. ¿Y el 35 por ciento de pobres qué es? ¿La prueba del crimen por ocupar demasiado espacio en su planeta privatizado? Debería rogar para que a nadie se le ocurra prender la mecha. Una vez me pasó por la cabeza. Fue cuando el lacayo de una compañía extranjera me preguntó cómo me sentía después de la complicada cirugía en la pierna derecha. Me la gané al tropezar con un escalón y caer por la escalera cargado de folios. Cientos de veces habíamos pedido un ascensor, un montacargas. Le dije que me dolía todo el tiempo y que ya no podría abandonar ni los calmantes ni el bastón ortopédico. Su sonrisa de freezer me atravesó y dijo que lo mejor sería que reposara en mi casa. Confundido, pensé por un instante que después de todo no era mal tipo. Pero agregó: “Así que vamos a tener que dejarlo marchar”. De esto hace dos años y sigo siendo un mendigo más. Y están en camino las nuevas leyes de impunidad patronal y la de definitiva condena a muerte de los jubilados. En tanto llega el final de este viaje al corazón de las tinieblas evoco, día tras día, a Santa Evita y a San Perón.