Buenos Aires.- El largo periplo de un elefante desde Lisboa hasta Viena en el
siglo XVI le sirve al escritor portugués José Saramago para crear una metáfora de la vida
humana en su flamante novela “El viaje del elefante”, escrita tras padecer una
grave enfermedad que lo obligó a permanecer internado varias semanas.
Hace unos meses, el autor de “El evangelio según Jesucristo”
y “El año de la muerte de Ricardo Reis” estuvo a punto de morir debido
a una sucesión de neumonías. Su mujer, la traductora Pilar del Río, lo acompañó durante su
internación en una pequeña clínica y no se separó de él ni un solo momento hasta que los
médicos lograron salvarle la vida.
El escritor, de 86 años, llevaba escritas apenas 40 páginas de un texto que
pocos pensaban en aquel momento que algún día acabaría publicado. Sin embargo, una vez
repuesto, lo terminó de escribir y por estos días “El viaje del elefante” es una
de las obras más vendidas en la Argentina y el resto de Latinoamérica.
La novela, a la que el Premio Nobel de Literatura le gusta definir más como
“un cuento largo”, describe el viaje épico de un elefante asiático llamado Salomón
que en el siglo XIX, por algunos caprichos reales y absurdos designios, tuvo que recorrer más
de la mitad de Europa.
“El viaje del elefante”, editada en Latinoamérica y España
por el sello Alfaguara, está basada en un hecho real ocurrido en la época de Maximiliano
de Austria, que nació en Viena, fue nombrado emperador de México en 1864 y fue fusilado en
1867.
En la novela hay también otro dato histórico que fue el que le impulsó a
escribirla: tras recorrer miles de kilómetros “por capricho
de un rey”, el elefante murió al poco tiempo de llegar a Viena y, una
vez muerto, le cortaron las patas delanteras para ponerlas a la entrada del palacio para ser
utilizadas como un recipiente donde depositar paraguas y bastones.
El autor parte de Lisboa y llega hasta Viena, en un diálogo permanente con
el lector, en cuya compañía viaja al pasado y retorna el presente para demostrar que a fin de
cuentas el mundo apenas ha cambiado.
“Hace más de dos años que ese animal llegó a la India y
desde entonces no ha hecho otra cosa que no sea comer y dormir, el abrevadero siempre
lleno de agua, forraje a montones, es como si estuviéramos sustentando a una bestia que no
tiene oficio ni beneficio, ni esperanza de provecho”, describe Saramago.
“El pobre animal no tiene la culpa, aquí no hay trabajo que sirva
para él, a no ser que lo mande a los muelles del Tajo para transportar tablas, pero el pobre
sufriría, porque su especialidad profesional son los troncos, que se ajustan mejor a la trompa
por la curvatura, Entonces que se vaya a Viena”, continúa.
Saramago mantiene el tono narrativo y poético de todas sus novelas y además
su sintaxis tan particular, cargada de ironías, frases sentenciosas y refranes, como “En
el mejor paño puede caer la mancha”, “somos, cada vez más, los defectos que
tenemos, no las cualidades” o “qué es un acto poético, preguntó el rey. No
se sabe, mi señor, sólo nos damos cuenta de que existe cuando ha sucedido”.
Durante la presentación de la obra, realizada la semana pasada en Madrid,
el escritor portugués reconoció que “El viaje del elefante” podría ser su último
libro, aunque si finalmente decide escribir más le gustaría que la calidad no fuera inferior
a cualquiera de sus obras.
“Tengo 86 años y estoy suficientemente lúcido. Ya no espero escribir
muchos libros y si escribo alguno es un milagro”, señaló Saramago a los periodistas a
propósito de esta obra escrita justo diez años después de la concesión del Premio Nobel de
Literatura.
La ironía, elemento presente en gran parte de la obra de José Saramago,
también se puede hallar en estos diálogos, tradicionalmente sin puntuación y sin letras
mayúsculas en los nombres propios: “He aprendido algo sobre elefantes, pero no
puse datos inútiles, eso no es necesario para hacerlo creíble”, detalló también el
autor de “Todos los nombres”.
(
Télam)