Un libro delicioso, una cajita de música del mar de Gesell, donde un caracol de piedra y sol produce el diario del duelo de Saccomanno por su amigo, casi maestro, Antonio Dal Masetto, muerto en 2015. El libro funciona como un réquiem, un panegírico, una biografía fragmentada, una larga carta, un ensayo literario, un álbum, pero mejor aún, es el diario de una amistad de 40 años entre dos de los mejores y más queridos escritores argentinos de la última generación dorada: Antonio Dal Masetto y Guillermo Saccomanno.
El pudor de Saccomanno nos permite escuchar sus tertulias en los bares, las redacciones, al teléfono o en la tumba de Soriano, o en la casa de Forn o en el Hospital Italiano donde nunca se cansaban de sumarle stents a Dal Masetto. ¿Y de qué hablan? De lo que hablan siempre los escritores: " …Si el texto que te mandé no se cae, si hace falta agregar otro libro al mundo, si la literatura puede servir para aliviar la miseria de la gente, si funciona el método de Osvaldo para escribir la novela, esa caja de cartón y los 200 bollos de papel, si el éxito del escritor le podrá devolver el tiempo robado a sus hijos, si la soledad no los volverá además de alcohólicos unos locos irremisibles".
Un libro triste y dulce, pero sobre todo lleno de verdad y coraje, escrito con la delicadeza y la fatiga del enamorado de alguien que ha muerto y lo ha dejado otro poco más solo. Saccomanno hace ahora lo que antes hizo Dal Masetto, que se quedó treinta años solo tras las muertes tempranas de Osvaldo Soriano y Miguel Briante, con los cuales formaba una delantera narrativa que fue de lo más fresco y bello de los 70 y los 80 argentinos. Recuerdo que Forn y el propio Saccomanno lo quisieron llevar al Tano con ellos a Gesell, sacarlo de Buenos Aires, pero Dal Masetto decía "…que todo bien con el mar, pero que él a las siete de la tarde tenía que estar en el café del bajo o al menos, en el de French y Junín".
Hay pasajes de una intimidad conmovedora, y en todo momento de una dignidad y una autenticidad que no son tan frecuentes en el mundo literario nacional. Es que Dal Masetto y Saccomanno son dos escritores que además de estar en la literatura están en la vida. Fueron trabajadores, cadetes, carniceros, serenos, pintores de brocha, administrativos y al modo del genio arltiano escribieron por prepotencia de trabajo. Yo tuve el honor de acompañar dos veces a Dal Masetto en Rosario, en 2005, en la Biblioteca Argentina con motivo del día del bibliotecario y en 2006, en el Patio de la Madera, en la que sería la última gran feria del libro de la ciudad. Tuvimos varias comidas y charlas, de allí surgió una frecuencia afectiva que no llegaría a la amistad pero que sirvió para que él editara (de amigo) mi novela El portador. Este libro de Saccomanno recuerda a ese hombre bueno y duro que aprendió a leer español a los 12 años en Salto, con los diarios que envolvía la carne en la carnicería del padre, pero sobre todo, lo que mejor consigue Antonio, el libro, es construir sólidamente esa imagen tan luminosa que tiene la escritura de Dal Masetto: un nogal solitario, uno solo de pie en la colina, echando raíces entre las piedras, en silencio, entre la resolana y la penumbra escuchando el crecimiento imperceptible de las nueces.