1. Un buen amor tiene 26 capítulos. Ni uno más, ni uno menos. Me dijo casi sin mirarme a los ojos, mientras revolvía el que sería el último café, como bien dice ese tango tan conocido. Y yo sabía que era así, que todos los amores concluyen, le guste a quien le guste, en el capítulo 26. Y también tenía claro que el segundo capítulo siempre se llama “Un tiempo para vivir”, que es el tiempo del florecimiento, del encuentro de los cuerpos, de los aromas que después, cuando ya todo pase, habrán de asentarse, para siempre, en la memoria. Y también tenía claro que el capítulo 21 se llama “Un tiempo para morir”, que es el tiempo en que todo decae y el derrumbe carcome todo amor, todo vestigio de amor, y va ensombreciendo lo que fuera luz y, de alguna manera, la muerte cobra vida. Porque siempre se muere de amor cuando el amor se muere.
2. The Long, Hot Summer fue una serie estadounidense que se desarrolló entre el 65 y el 66, en blanco y negro, y ante el fervor de una audiencia que deseaba profundamente que Ben Quick se quedara finalmente con Clara Varner. Desde la galería del patio de la casa de mi abuela materna, sentado sobre las baldosas frescas, y mientras volaban los cortinados con la leve brisa del atardecer, podía escuchar la clásica canción de apertura de la serie en la melodiosa voz de Jimmie Rodgers. Y yo no sabía aún que todo buen amor tiene veintiséis capítulos y que habría de llorar, tanto tiempo después, por una mujer con la que aprendería del temblor de los cuerpos en la pasión de estar juntos.
3. Intenté retenerla con palabras, con miradas, con una breve caricia sobre su mano delgadísima. Le hablé del capítulo 23, de ese que se titula “Resplandor de gloria”, mencionado que a la sombra de ese resplandor podríamos recomponer la cuestión amatoria, mencionando que el rescoldo de la gloria del amor puede, aún, encender fogatas insospechadas. Y es que todo amor deja su rescoldo. De todo amor queda, bajo la cobertura gris de la ceniza, algo de brasa candente. Algo de brasa candente, le digo, y a eso me refiero, afirmando que por pequeña que sea, por mínima, esa brasa es la célula del fuego, agrego mientras cae la tarde de calor sobre la ciudad del calor y el sol se reclina, casi indulgente, sobre las veredas en la sombra de los árboles.
4. Roy Thinnes es un viejo actor que supo desarrollar su carrera a través de diversas series de televisión. Y tan intensa e interesante fue su actividad que llegó a convertirse en un actor de culto en esas cuestiones. Basta recordarlo en su posterior interpretación, entre el 67 y el 68, encarnando el papel principal de la famosísima serie Los invasores en la piel de David Vincent. Pero, antes de ese antes, fue Ben Quick, nuestro Ben Quick, bajo el tremendo sol a plomo de un amor que duró dos temporadas. Y me pregunto, ¿a quién le importa esto ahora que tantos años han pasado y aquella galería del patio de la casa de mi abuela materna es una lejanísima lucecita a la que ya no puedo volver ni siquiera entrecerrando los ojos porque la bruma del olvido trabaja persistentemente convirtiendo en casi nada lo que fuera casi todo?
5. La miro. Estamos en silencio. Creo intuir que hay una cierta duda en ella que hace de su silencio una esperanza. ¿Cómo olvidar los cuerpos entrelazados? ¿En la imposibilidad del olvido es donde nacen las posibilidades? ¿Son Estos nuestros cuerpos aquellos mismos cuerpos que se entibiaban a la sombra del brillo del abrazo? La miro. Es tiempo de jazmines, se percibe en el aire. No quiero que me deje. Pienso que el amor puede tener más de 26 capítulos. No hay regla absoluta nunca. Y pienso en el capítulo 20, “De hoy en adelante”. Cambio las numeraciones, juego con las posibilidades. Es tiempo de jazmines y el cuerpo de ella huele a jazmines y siempre habrá de ser así.
6. Nancy Malone fue una actriz, artista plástica y poeta con una gran carrera, inclusive basta mencionar que, en el 76, se convirtió en la primera mujer vicepresidenta de televisión en 20th Century Fox y así tuvo, además, otros cargos destacados desde donde ayudó a expandir el papel de la mujer en la industria del cine y el entretenimiento. Nancy Malone fue la Clara Varner del largo y ardiente verano. La que miraba con amor a Ben Quick en aquel poblado del sur profundo de Frenchman’s Bend, Mississippi. Nancy Malone falleció en el 2014 y todo, o casi todo, ya ha pasado. Y cuando digo todo o casi todo me refiero exactamente a eso.
7. Estamos en silencio. Pienso en el título del capítulo 7, “No hay lugar para esconderse” y pienso que así ocurre con el amor. No hay lugar para esconderse del amor y no hay lugar para refugiarse ante el desamor. El desamor es una intemperie inconmensurable. Nosotros dos, sentados en esa pequeña mesa de vereda, en esa vereda del verano ardiente, en el medio de ese silencio que no logramos desbaratar, estamos a la intemperie. En ocasiones tengo deseos de abrazarla, de sentirme a salvo entre sus brazos. No es necesario decirlo o no puedo decirlo y tampoco ella, si es que lo piensa, puede decirlo. La muerte del amor es el silencio. Y no mucho más. Es el silencio absoluto.
8. La serie fue creada por un tal Dean Riesner y estuvo basada en la novela The Hamlet de William Faulkner, en el cuento Granero en llamas y en la película de 1958, protagonizada por Paul Newman y Joanne Woodward, del mismo nombre. Mi madre esperaba cada capítulo con un entusiasmo que aún recuerdo. Y en aquellas tórridas tardes, de la casa de la calle 3 de Febrero, comíamos sandías rojas sobre las baldosas frescas de la galería del patio y aquella abuela flaca reía y me llamaba por el nombre con un acento italiano que es parte de mi más querida memoria.
9. Me tengo que ir, dice. Se toma un breve tiempo como si en ese breve tiempo debiera o pudiese resumirse un adiós. Se pone de pie. Se inclina hacia delante, hacia mí. Me besa en la mejilla. Siento su perfume, su cercanía, el roce de su rostro. Se extiende el beso convirtiéndose en caricia. Seguramente no habrá de decir nos hablamos, como siempre lo ha hecho. Y no lo dice.
10. El 13 de abril del 66 se emitió el último capítulo de Un largo y ardiente verano y era el capítulo número 26. El patio de esa casa de mi infancia está dentro de mí con una serena lentitud inacabable. Aquella abuela se las ingenia para agitar, desde la memoria, su voz llamándome por el nombre y mi madre corre hacia el televisor, una vez más, para no perderse ni una gota de la serie que la atrapa. La mujer que amo se aleja por la vereda, caminando entre las sombras de las copas de los árboles, mientras la tarde cae de modo inexorable. No puedo quitar los ojos de su espalda. Espero que gire la cabeza por sobre su hombro para que nos miremos por última vez. Pero no lo hace. Simplemente se aleja, como si la lejanía pudiese ser algo posible entre dos personas que se han amado.