El sonido del timbre la sobresalta. No esperaba a nadie, disfruta de la tarde a solas mirando el televisor que muestra una y otra vez la llegada del hombre a la Luna. Se ve el módulo de la Apolo XI y al lado un astronauta dando pequeños saltos sobre el suelo lunar. Enseguida asoma un astronauta más. ¡Parece mentira! Otro timbrazo. No se imagina quién puede insistir tanto a esta hora. Se levanta con desgano de su silla preferida para mirar la novela de la tarde. O como hoy, el noticiero que desde ayer repite las imágenes del primer alunizaje. Llega hasta la puerta después de mirarse un instante en el espejo, no sea cosa que reciba una visita inesperada y no esté presentable. Pregunta quién es.
–Correo. ¿Acá vive la señorita Visconti?
Una alarma recorre su cuerpo. Podría ser una mala noticia, le cuesta responder mientras el cartero insiste con voz de autoridad. Le pregunta para qué viene.
–Traigo una carta. Tiene que mostrarme su documento y firmar, señorita.
–Señora –contesta mientras abre la puerta después de espiar por la mirilla y ver una cara confiable–, y con dos hijos, ya le traigo mi libreta cívica.
Mira nuevamente al cartero que alza en su mano un sobre, sabe que no le permitirá agarrarlo hasta cumplir el reglamento. Cierra la puerta, abre el cajón del modular y saca la libreta. Despide al cartero y se sienta en el sillón, todavía la tele muestra a Neil Armstrong, con un traje inflado y absurdo, dando extraños saltos. Más quisiera ella hacer un viaje a otro mundo, a la Luna, por ejemplo; tantas noches se la pasa mirándola. Quedarse de turista por unos días. Y dar un gran paso, aunque sea solo para ella y no para el resto de la humanidad.
Mira el sobre cerrado después de aspirar la primera pitada de cigarrillo, su íntima compañía. Le gusta la estampilla, va a guardarla para la colección de Julieta; hasta el sobre le gusta, de papel rugoso. Se levanta del sillón, apaga el televisor y mira con atención el remitente, la dirección está escrita en italiano, es de Venecia y de parte de un tal doctor Benvenuti, un completo desconocido. No abre el sobre, es tan lindo; alarga el suspenso que perderá apenas se entere del contenido. Puede jugar un ratito, inventar motivos como para que la busquen desde tan lejos…, pero no se le ocurre nada. Lo abrirá después de terminar el café y que sea lo que Dios quiera.
Suena el teléfono, la alegra encontrar un motivo para mantener la intriga que conmueve su ánimo. No está acostumbrada a las sorpresas, más allá de los ahogos de Federico, que la siguen asombrando cada vez como si fuera la primera. Los chicos todavía están en el jardín y en la escuela; falta menos de una hora para buscar a Fede. Hoy Julieta vuelve con su marido, después de tomar la leche en lo de su mejor amiga, son inseparables.
La que llama es Luisa, una vecina con simpática tonada cordobesa, que a menudo la busca para conversar. Es la madre de Daniel y Clara, los mellizos de cuatro años, uno menos que Federico, y van al mismo jardín que él. Hoy son más que vecinas, se están haciendo compinches y eso le gusta. Mientras hablan sigue mirando de reojo el remitente del sobre, intacto sobre la mesa del comedor. Luisa, fascinada también con la primera caminata lunar, le pide que retire por favor a sus chicos cuando busque a Federico, vino su mamá de Córdoba y se reúnen en su casa. Tantas veces Silvina le pide favores de esos que no puede negarse. Esconde la carta entre las medias, no entiende por qué rodea a la cuestión de tanto secreto. La tarde se le escapó y no pudo completar su trabajo, apaga el horno, guarda la crema y la manteca en la heladera. Tendrá que terminarlo cuando estén todos en casa: no le gusta, pero así ha de ser. Le falta rellenar y decorar dos tortas y un pionono, mañana vendrán a retirar todo de una de las casas más elegantes del barrio. Hoy se siente fastidiada con la harina y la crema.
Pero en su momento también se había aburrido de ir en colectivo a depilar piernas y axilas.
Su clienta recibe a menudo invitados en su casa, parece copiada de una revista de decoración. Le encarga la parte dulce porque a ella no le sale bien. Se conocieron cuando la depilaba; ella, Lucy, era una de sus tantas clientas, hoy es su preferida. Ya no depila más que a unas pocas, prefiere la repostería: cocinar en su casa en vez de viajar con la cera y el calentador. Sale para buscar a Fede y a los mellizos; desde que cierra la puerta no ve la hora de volver y develar el misterio escrito en italiano. Es una tarde fría y diáfana de julio, como las que prefiere. En las cuadras que camina hasta el jardín de infantes, se pregunta por qué, ese preciso día, le toca devolver favores y atender a tres en vez de a uno solo… ¡Justo hoy!
Les sirve la leche con galletitas que amasó por la mañana y prende la tele, los pibes se quedan embelesados frente a los dibujitos animados, bendito remedio. Saca la carta y se sienta en su cama, la puerta entornada por las dudas. Está inquieta, apenas la lea se acabará la incertidumbre. Demora unos instantes más, la intriga tiene una dosis de gracia que lamenta perder.
Rasga el sobre dirigido a Silvina Visconti. No recuerda haber recibido otro sobre así nunca en su vida. La carta está escrita en italiano y firmada por la misma persona del remitente, doctor Bevenuti. Aunque entiende el idioma porque sus padres lo hablaban a diario, lo aprendido le alcanza solo para conversar un poco, no para leer ni tampoco para escribir. Esas palabras le recuerdan las canciones infantiles que le cantaba su madre cuando era muy chica. Al ser más grande, su papá le permitía mirar alguna de las cartas llegadas desde Italia. Él soñaba con que su hija supiera hablar en italiano.
Benvenuti le informa de algo que, después de una primera lectura rápida, no está segura de haber entendido bien; vuelve a leerla más de una vez. Parece que es la única heredera de los bienes de un tío paterno que le dejó todo a su sobrino, Fabio Visconti, o en su defecto a su hija Silvina, según consta en un testamento guardado en su estudio veneciano. Enterado del fallecimiento del primer heredero designado, así lo escribe, Benvenuti le pide que se comunique a la brevedad, si está interesada en que él inicie los trámites sucesorios.
Siente un fuerte impacto y está llena de preguntas. No puede pensar bien, qué significa exactamente la palabra herencia. Única heredera, ¿de qué?, tal vez haya un error… Ojalá aquel tío no haya tenido hijos o esposa, podrían ser su amargura. ¿Tendrá derecho a ilusionarse?