Rocío Muñoz Vergara se mueve en la vida como un salmón: contra la corriente. Pero en Rosario esta poeta española parece nadar como pez en el agua. Nació en Sevilla, pero se siente más rosarina que cualquier rosarina. Llegó a la ciudad en 2006 con la excusa de participar de un congreso de literatura grecolatina y no dudó en quedarse. Desde que empezó a fantasear con mudarse de país la sedujo pisar el suelo de Roberto Fontanarrosa y también palpitar el clásico del fútbol local, ese Central-Newell's o Newell's-Central que le recuerda mucho al de su tierra, Sevilla-Betis. A diferencia de Buenos Aires y al igual que Sevilla, Rosario se le hacía un sitio que cabía en la palma de una mano. Y para ella, que es ciega casi desde que nació, palpar la ciudad que habita es una necesidad más que vital.
Autora del libro de poesía Lengua de serpiente (Danke Ediciones, 2017), impulsora del ciclo poético literario "A cuatro voces" —que se realiza el primer martes de cada mes en el bar Oui, de Mendoza y Sarmiento— creó junto a su novio Beto un sello editorial llamado precisamente El Salmón que promete libros en tres formatos: tinta, audio y braille. El origen del nombre tiene varias respuestas. Los padres de Rocío son dueños de una pescadería en Sevilla. Beto es misionero y se crió frente al Paraná. Ella pasó largos veranos de su infancia en el mar. Y el salmón es un pez de río, pero también de mar. Aunque sobre todo lo corona una rareza: la de ir siempre contra la corriente, como ella. "Siento que de a poco fui sumando más rareza a mi rareza. Soy la española que vino a Rosario, que además es ciega, que encima se viste de manera estrafalaria y que lee y escribe poesía. Nunca me produjo dolor ni sufrimiento, más bien placer", dice con ese cantito andaluz y un humor que la acompaña río arriba y sin parar.
—¿Por qué elegiste Rosario para vivir?
—Lo único que sabía era que quería llegar a la Argentina. Tomé la decisión en agosto de 2006 y en septiembre me vine. Primero intenté inscribirme en Buenos Aires. Pero todo era más complicado y no entendía cómo hacer los trámites de la universidad. Tampoco la ciudad me daba tranquilidad, me parecía que no me iba a poder manejar. Después pensé en Misiones porque me gustan la selva, la espesura, lo excesivo, los animales, y había leído los cuentos de Horacio Quiroga. Hasta que me apareció un congreso en Rosario. Y ahí me cayeron las fichas. Presenté una ponencia y me la aceptaron. Desde el primer día no hubo dudas. Siempre me sentí en casa. Te diría que desde que bajé del avión nunca extrañé. Bueno, una extraña a su familia, a sus amigos, pero esa sensación de extrañar también la acepto. Es como que prefiero vivir incompleta, no entendería una vida completa. ¿Para qué?
—¿Qué autores leías de Argentina? ¿Puede que la literatura te haya traído hasta acá?
—Bueno, en parte sí. Borges y Cortázar era parte de lo que estudiábamos en la universidad. Pero hubo dos que no conocía hasta llegar acá y fueron fundamentales para mí: Rodolfo Walsh y Juan José Saer. En cambio, Alejandra Pizarnik, a quien sí la había estudiado en la carrera, era como una rareza allá pero acá sentí que era el pan de cada día. Y claro que sabía de Roberto Fontanarrosa y de Central.
—¿Cómo fue que perdiste la visión?
—Nací con un tumor en la retina, pero para que no avanzara al cerebro tuvieron que sacar todo. Como esto pasó cuando era bebé, digo que fue como nacer ciega. Porque para mí lo fui toda la vida. Lo único que marca la diferencia es lo que significó esto para mis padres, que primero tuvieron una hija que no era ciega. Pero yo no tengo el registro en el cuerpo. Ser ciega fue mi normalidad y mi naturalidad. Sabía que los demás no lo eran. Pero la verdad es que no sabría ser normal. No sé cómo la gente se banca ser normal. Entrar en un grupo y no llamar la atención. Estoy acostumbrada a ser rara, a ser particular. Mi vida es eso y no podría ser de otra manera. Me parece triste. Pasar desapercibida es algo que nunca he hecho.
—¿Cómo hacés para leer y escribir?
—Tengo un programa que me sirve tanto en la computadora como en el teléfono celular que programa mi voz y entonces todo lo que aparece en el lector de pantalla escrito te lo verbaliza. Es así que todo lo que tecleo, tanto si lo genero yo como si me lo envían, me aparece hablado. Escribo a máquina y en braille los textos que necesito leer en voz alta, libros enteros no. Pero reniego de ese pensamiento a modo de epifanía de los que se sorprenden y piensan "¡oohhh, lee con las manos y no con los ojos!". Eso viene más bien de la falta de acostumbramiento, de la inusualidad. No culpo a las personas por hacer estos juicios, pero siento que los hacen porque no lo han visto nunca. Y claro que leo mucho de manera digital porque no hay libros en braille.
—¿Fue por eso que nació El Salmón?
—Fue porque queremos que los libros estén en braille. Sabemos que hay menos demanda, menos usuarios y por eso serán ediciones más chicas. Uno de los desafíos de El Salmón es editar libros en tres formatos: audio, tinta y braille. Hoy no hay posibilidad de comprar un libro en braille, ni tampoco hay posibilidad de que digas "a este libro lo quiero en braille". Uno tiene que entrar en una supuesta lista de espera y nada garantiza que lo que buscás se edite de ese modo. Lucho porque el braille sea un producto digno de mercado. Las editoriales no lo comercializan, ni acá ni en España. Es muy fuerte porque hay una gran cantidad de ciegos, en Rosario y en el mundo. Tiene una lógica, claro, es que el braille pesa y ocupa más espacio. La hoja es más gruesa y el renglón ocupa mucho más que un renglón en tinta.
—¿Y qué lugar ocupa la poesía en tu vida?
—En un momento como el actual creo que todos deberíamos estar más cerca de la poesía y del arte. Porque estos son tiempos en que aferrarse al arte es una cuestión necesaria. El arte da sentido a la vida, a esta que estamos atravesando, supongo que el macrismo tuvo algo que ver con todo esto. Hoy se hace necesario volcarse a la poesía, que no tiene nada que ver con lo solemne. La poesía y la solemnidad no están vinculadas, se están desvinculando a pasos agigantados. La solemnidad es un contexto de enunciación, no una enunciación en sí. Es donde y como se difunde algo. Lo solemne es algo que les interesa a las múltiples caras de la derecha, para alejar a la gente de la literatura y de lo poético del arte.