El propio título del libro indica precisamente que es el cuerpo el lugar donde se posa el sujeto lírico para el desarrollo de los poemas, pero desde un cuerpo que duele, que siente angustia. "Que el tirón duela/ lo menos posible,/ que no se me vaya/ toda la piel". La incomprensión, la muerte de su madre, las circunstancias personales, van llenando esa brecha que se forma y que deviene en poesía. Dividido en cinco secciones, Camozzi —traductora, con tres libros ya en su haber, tallerista, nacida y residente en Buenos Aires— elige un tono confesional y utiliza versos sin complejidades ni excentricidades en su obra. Titula los poemas con la primera línea de cada uno, generando así un efecto de continuidad y buscando —en algunos casos con tono narrativo— reconstituir la subjetividad, "ese frankenstein/ que yo misma/ tan delicadamente/ coso cada noche", entre recuerdos, sueño y vigilia.
El cuidado ensamblado de los textos de esta obra se realiza a través de la utilización de elementos de la cultura y el arte, que nutren la rica poética que se desarrolla. En algunos casos a través del uso de la prosa poética, en un particular tono que remite a la escritura ensayística. "Pero el punto central no tiene por qué ser el mismo para todos los objetos. El cuadro tiene sus líneas horizontales y verticales". Así, las referencias a pinturas, poetas, películas, citas o versos en otros idiomas sostienen el entramado, y el propio autor defiende sus procedimientos en "Sobre las reglas del mundo del arte", además de sustentarlo con logrados poemas. También la ironía está presente: "En la era del Romanticismo,/ el inadaptado, excéntrico o raro/ era el poeta.// Hoy todo el mundo se inadaptó". Fabián O. Iriarte, con varios libros ya publicados, reside en Mar del Plata y es profesor de literatura en la universidad de la misma ciudad.
El hemisferio del lugar en que quedamos.
Ana Claudia Díaz.
El uso de las minúsculas —al estilo de e e cummings o Edgar Bayley— cobra relevancia en la poesía de Ana Claudia Díaz, en ese recorrido que emprende para la construcción de imágenes —con un tono impresionista u oriental, sin estridencias—, elaborando paisajes por momento oníricos —pero nunca pesadillescos—. Dividido el libro en tres secciones, cada una es precedida por el dibujo de una caracola —que indica el número respectivo—. Una mirada inocente —pero para nada ingenua— se posa sobre los elementos de la naturaleza y nos dice que "de mandarinas horneadas está hecho el sol", advierte que "la palabra se desagua/ la grieta entre lo tangible y lo otro". Y la condición personal no desaparece, cobra formas más sutiles: "giro en mi propio eje/ mi médula deshuesada// una cáscara, envolviéndome del mundo". La autora nació en Santa Teresita (Buenos Aires), coordina talleres de escrituras, colabora en diversas publicaciones y el presente es su cuarto libro publicado.