El campo en donde he elegido aventurarme es lo imaginario: no la Historia, y tampoco el Pensamiento, sino ese depósito vivo que llevamos con nosotros como una casa y una cadena.
Como dice Ludwig Wittgenstein en sus notas sobre La rama dorada de James George Frazer, “en nuestro lenguaje se ha depositado toda una mitología”.
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He querido volver a recorrer esa mitología, en particular las dos grandes tradiciones occidentales, judeocristiana y griega, y junto a ellas la mitología que les ha insuflado su savia: la mesopotámica. Mi objetivo era comprender cómo nacieron ciertas nociones que casi no somos conscientes de tener, de qué modo se han grabado en nuestra mente y nuestro cuerpo, para ver si, volviéndolas más fluidas y conscientes, podíamos recuperar un poco de libertad. A tal propósito he echado mano no de la Historia, sino de las historias.
Nuestro imaginario está hecho de historias. Son ellas las que construyen el pensamiento, y, con la ayuda de la escritura, lo codifican. He observado dentro de esas historias, como si fuesen objetos que pueden tomarse con las manos, rotarlos, acercarlos y alejarlos. De estas historias he explorado sus rincones y sus restos, su fondo, su sedimento, sus astillas perdidas. Las he tratado como artefactos sólidos, un poco como esas estatuillas que, al final de la investigación, casi me explotaron en la mano, con su sobrecogedora riqueza y remota novedad.
Esto es lo que sucedió: a medida que avanzaba, las historias descubrían su lado en sombra, la tinta simpática que el papel protege en secreto, la oralidad borrada.
Mi padre, en uno de sus últimos cuadros-collages, me pidió que escribiera cerca de la imagen de una cebra: “Quién sabe qué se oculta debajo de los borrados de la cebra”.
Eso es precisamente lo que he hecho: intentar leer lo que se escondía debajo de los borrados de la cebra. Y ha salido un mundo vasto, espléndido y apacible.
Dado que el mundo de la prehistoria es silencioso, puede ocurrir que su silencio adopte para nuestros oídos desacostumbrados timbres incluso demasiado sonoros, colores demasiado intensos, como sucede cuando un fresco antiguo o una pintura rupestre son sacados a la luz y gritan sus tonos estridentes. Puede pasar. Y puede pasar que una vez descubierto, cuando se ha acostumbrado al sol, ese mundo deje de ser tan pacífico y tenue y terso, como se presenta en el plenilunio. Puede pasar.
No obstante, me parece que vale la pena observarlo con la sorpresa de la primeravecidad, y obtener su promesa, la promesa nocturna, sumisa y feliz, esa que Walter Otto llama “el espíritu de la noche”.
Porque eso que este mundo lunar nos lleva a conocer es un femenino que nunca habíamos visto, junto a un masculino que ya no vemos. Eso que se ha llamado, más o menos ingenuamente, “el mundo de la Diosa” y que yo he querido llamar “la otra mitad de Dios”.
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"La mujer sentada", hallada en la antiquísima ciudad de Catal Hüyuk, en Turquía. Una imagen de la Diosa.
Es la posibilidad de que haya existido un mundo donde los valores masculinos no dominaban a los femeninos, y a la larga no se hallasen “combatiendo y matándose mutuamente”, como sucede al final de la Edad de Plata, tal como narra Hesíodo; y como nos sucede a nosotros. Es posible que ya haya habido otro mundo, que lo hayamos olvidado, que hayamos leído mal nuestras historias, que podamos volver a contar alguna de ellas.
Porque, después de todo, de eso se trata: de historias y de qué modo contarlas. Las historias que conservan en la redacción la sombra de la historia oral, y en su oquedad aquello que han querido olvidar. Las historias son una especie de crisol, donde bullen los alimentos transformándose y mezclándose. Incluso las historias tienen su inconsciente.
Las historias que hoy se cuentan hablan de muerte y violencia, de delito y castigo, de crueldad y miedo. Este es el pecio del cosmos masculino, dejado en las orillas por mil naufragios. ¿Y lo femenino? En su carrera hacia lo masculino, ha hecho suya la gran mistificación, la caricatura con la cual en los últimos siglos la mujer ha intentado sustituir la esclavitud que todavía la dejaba segregada pero intacta.
Hoy el hombre y la mujer son como dos trenes que corren uno hacia el otro, cada cual en sus vías; y en el momento del encuentro se desplazan, uno hacia aquello que cree que es lo masculino, el otro hacia aquello que cree que es lo femenino. Y es un encuentro fallido.
Como si no se hubiesen inventado recíprocamente, no para honrarse sino para exorcizarse.
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"Desnudo azul", de Pablo Picasso.
Puesto que el campo era inmenso, me he limitado a algunas regiones de la tierra. Y como no soy una erudita, no he desmalezado, sino que simplemente he atravesado la inmensa selva con un hacha de mano, porque lo que me interesaba era el viaje. Avanzando así, árboles y sendas tenían un nuevo aspecto y llevaban a claros inesperados.
Viajar hacia la prehistoria es como viajar hacia el silencio. Pero es un silencio sonoro y palpitante, como cuando en el ocaso los pájaros callan, llenos de las voces del día y de la noche. En ese momento el aire se abre, se vuelve infinito y familiar.
No he querido recurrir a Jung ni a Neumann, ni en general a la psicología de lo profundo, porque no me interesaba tanto lo simbólico cuanto lo posible. Y puesto que prefiero las historias a los arquetipos, prefiero también las metáforas antes que los símbolos. Para mí la Diosa, o la Gran Madre, no es un símbolo o un ídolo, sino una suerte de “espesamiento” de lo imaginario, un lugar de confín entre lo imaginado y lo viviente. En otras palabras, lo sobrenatural.
Aunque he arremetido contra la escritura y contra la supremacía masculina, no tengo la esperanza de que las mujeres tomen el poder, ni de volvernos analfabetos. Lo que espero es que las mujeres, ayudadas por los hombres, tomen la tierra en sus manos y vuelvan a llevarla a la vida.
Porque la mujer, en el mínimo de sus atributos, está de parte de la vida, de la generación y del cuidado, cualidades que ahora nos son indispensables.
Y confío en que se recupere la lentitud.
En cuanto a la escritura, también ella necesita hacer un poco más de silencio, para que el aire se abra, y vuelva a ser el sitio donde es bueno respirar.