Tomás Felipe Carlovich, apodado desde siempre Trinche por razones que hasta él mismo dice desconocer, tiene tres documentos de identidad. Dos de ellos fechan su nacimiento el 19 de abril de 1946; el otro, un año más tarde. No es el único desacuerdo: en el magma de la web, la apuesta predominante es 1949, y el día está corrido un casillero. El Trinche vino al mundo entonces, según esta vertiente periodística, un 20 de abril. Aunque Wikipedia, árbitro habitual entre los polemistas de sobremesa, concuerda con dos de los documentos triplicados del propio Trinche y fija la datación en disputa también el 19 de abril de 1946.
—Trinche: si tenés que hacer un trámite, ¿qué ponés en la fecha de nacimiento?
—Depende de cuál documento lleve encima ese día. El chiste, en rigor, parece responder a una estrategia coral a la que Carlovich se suma —acá sí encaja su muy reputada modestia— como uno más. No uno más de los once, esa expresión con la que le gusta recordarse para aventar cualquier sombra de divismo, en contradicción con la memoria unánime que lo consagra como un crack a distancia abismal de todos sus compañeros. Uno más en la construcción colectiva de un colosal personaje cuya carnadura es pura narrativa oral o casi. Un relato mejorado de generación en generación, en el que la verdad histórica —digámoslo así— y la arbitrariedad literaria por momentos colisionan, por momentos se complementan. Y uno nunca está del todo seguro —como con la fecha de nacimiento del Trinche— de cuáles son los límites entre el énfasis de los adoradores y las crónicas que pretenden dar cuenta de los hechos deportivos. Tanto los cuentos acuñados en los bares como la letra escrita con pretensiones de veracidad están llenas de lances heroicos y destrezas próximas al milagro.
El Trinche Carlovich apenas jugó unos pocos partidos en la máxima categoría del fútbol. Su esplendor se concentra en los ríspidos escenarios del ascenso, más precisamente en Central Córdoba de Rosario (Primera C y Primera B), y en la Liga Mendocina, donde fue campeón con Independiente Rivadavia en 1976. Lo demás es fugaz, contenido escuetamente en los archivos que nombran a Rosario Central como el origen, Flandria, Colón, Deportivo Maipú, clubes chacareros de Santa Fe y Córdoba y ligas de veteranos de Rosario, en las que se retiró a los 54 años en un equipo llamado Gaboto.
De este recorrido en los suburbios de la alta competencia casi no hay material fílmico. Solo unos pocos fotogramas de la película Se acabó el curro, dirigida por Héctor Galettini, que no es un documental deportivo, sino una comedia. Allí, a todo color, el Trinche engancha con la zurda y deja en el camino al Gringo Héctor Scotta —aquel que había sido un temible delantero de San Lorenzo una década antes—, en una acción, diríamos, rutinaria para un futbolista con credenciales de habilidoso. Mientras, gracias al montaje, en la tribuna, Víctor Laplace intenta embaucar a un inocente para que invierta en uno de los futbolistas que disputan el partido —justamente Scotta—. La secuencia corresponde al partido Deportivo Armenio-Central Córdoba del campeonato de Primera B de 1983. Empataron 2 a 2 y —lástima que no sobrevivió al montaje— el Trinche metió uno de los goles.
También se pueden rastrear las andanzas de Carlovich en YouTube, el gran museo audiovisual contemporáneo que atesora, entre sus millones de imágenes de toda laya, algunas secuencias de juegos del Ascenso. Claro que, sin más información que los equipos que se enfrentan, detectar al ilustre zurdo rosarino en cintas mal conservadas es como encontrar a Wally en esas escenas saturadas de dibujitos.
El diccionario enciclopédico del fútbol editado por el diario Olé supone un relevamiento exhaustivo y con aspiraciones académicas de la historia del profesionalismo (abarca de 1931 a 1997, año en que comenzó su publicación episódica). El léxico del fútbol —desde la jerga táctica hasta las expresiones de la tribuna— cohabita en estricto orden alfabético con estrellas y atletas ignotos que en alguna oportunidad ya olvidada se probaron una camiseta de Primera.
Allí Carlovich tiene una entrada discreta —aunque con foto carnet—, entre un tal Carlotto, jugador de Quilmes del año 1931, y Antonio Venancio Carlucci, half derecho de Newell's entre 1940 y 1947. Solo se le computan sus actuaciones en la categoría principal de los campeonatos de AFA —dos partidos en Rosario Central, dos en Colón de Santa Fe— y se lo describe como "intuitivo, desprejuiciado, atrevido, pícaro, ingenioso, habilidoso, pero abandonado a su propia personalidad". La suma de adjetivos es la misma que el cronista que redacta estas páginas encontrará aquí y allá en su pesquisa. La materia primordial de la oralidad. El testimonio excitado de quien lo ha visto y, por lo tanto, ha visto lo sobrenatural (Ho visto Trinche, habrían cantado los napolitanos). Y de los que no han asistido a sus exhibiciones pero reproducen el fervor y el léxico extasiado de las fuentes originales. Al parecer, la prosa científica de la enciclopedia tampoco logra salvarse del impresionismo desbordado del hincha.
La otra referencia del diccionario también se alinea con la voluntad creativa de la tribuna. Se cita un mojón luminoso en la historia del entonces número cinco de Central Córdoba: aquel partido en que un combinado de rosarinos bailó al seleccionado nacional que se preparaba para viajar al Mundial de Alemania, en 1974. Era un momento de esplendor del fútbol rosarino y la abrumadora superioridad del combinado que ganó 3-1 fue el producto de una tarea cooperativa. Sin embargo, la faena del Trinche, tanto por lo inspirada como por la sorpresa de su apellido sin resonancias en un grupo de grandes figuras nacionales, concentró la atención de legos y expertos. Y la logia de fans, por entonces apenas esbozada, aprovecharía para colocar esa noche en el centro neurálgico de la epopeya.
El resto son las crónicas deportivas, que se ajustan al desempeño de una tarde. Lo destacan casi siempre, aunque sin caer en las serenatas edulcoradas del periodismo posterior. Y también remarcan su eventual inconducta, ciertos despuntes pendencieros por los que a menudo se iba al vestuario antes de tiempo.
Las fotos tampoco abundan: el Trinche, con distintas camisetas, sintetiza la estética del jugador de potrero. El potrero en clave setentista. Medias bajas, pelo largo; a veces, un bigote tupido. Ocasionalmente, una barba que le da aires de revolucionario atrincherado en el monte. Por lo general, su mirada es melancólica o tímida. El rostro sobrelleva la foto, no puede insinuar siquiera una sonrisa.
La saga del Trinche no proviene, como un rumor trivial, de anónimos allegados ni vecinos locuaces. La suscriben, la enriquecen, varias majestades del fútbol. Por eso tanto ruido. César Menotti lo elogia, José Pekerman lo incluye en su equipo ideal de todos los tiempos. Según dicen, hasta Maradona, cuando recaló en Rosario en uno de los capítulos de su carrera, se refirió a él como "el mejor". Pero con Diego, se sabe, muchas veces los dichos terminantes obedecen menos a una genuina convicción que a un arrebato de índole difusa.
También dicen que, como en la canción de Billy Bond dedicada a Pappo, un pregón recorría las calles una vez a la semana. "Esta tarde juega el Trinche", decía el voceo, una clave que garantizaba asistencia perfecta a la ceremonia oficiada por el supremo sacerdote de la pelota.
Cuando le da descanso a su discreción, Carlovich se anima a aportar nombres a la lista de notables que han contribuido al culto. "Hay un video en el que Valdano entrevista a Sampaoli y le pregunta si el Trinche era una leyenda, un mito o qué. Y Sampaoli le responde: «Noooo, nada de eso, era el mejor. Bielsa y yo dejábamos de practicar para ir a ver al Trinche». Yo lo vi ese video".
Enseguida recula unos pasos: "No me gusta ver eso, no me gusta".
Lo dice acodado en la mesa del comedor de su casa de puertas siempre abiertas de la calle Guatemala, en el barrio Belgrano, flanco oeste de Rosario. Bajo ese mismo techo nació. Y en esas calles, hoy de pavimento surcado por líneas temblorosas de brea y veredas anchas donde crece un pasto duro y despeinado, aprendió su arte. Cuando el suelo era de tierra y la pelota cualquier cosa que disparara la ilusión de una pelota. Sus mechas remiten a la estampa del jugador indócil que ya no es. Lo que perdura, sí, es su astucia para administrar el ritmo y la intensidad, don que antes aplicaba al juego colectivo y ahora a sus pocas palabras. Entre las pudorosas desestimaciones de las hazañas que le endilgan, cada tanto, el Trinche saca pecho y coloca su historia en lo más alto de la tabla de cotizaciones. Varias de cal, una de arena. Entonces dice: "Estuve a punto de ir a Francia y al Cosmos. Los pases no se hicieron no sé por qué. Lo de Estados Unidos fue cuando yo jugaba en Mendoza. En el Cosmos estaba Pelé y me llegaron comentarios de que se había puesto celoso".
Como un DJ cebado con el set que hacer arder la pista, Carlovich enhebra ahora a varios gigantes del fútbol en una anécdota que, a pesar de la tremenda competencia, lo tiene en el rol estelar. "Un día me dicen que el Pájaro Caniggia quería hablar conmigo. Al final hablamos por teléfono un largo rato. Me estaba buscando para pedirme un favor. Resulta que un muchacho que vivía en Londres cumplía años. Y como era muy fanático mío, fanático mal, querían darle una sorpresa y mandarle un video con mis saludos. Así lo hicimos. El hombre estaba muy emocionado. Me había conocido una vez que fuimos a jugar a Tigre. Él jugaba ahí, en la reserva. Creo que ese día les metimos cinco goles. Y se hizo admirador mío, desde jovencito. Después se fue a vivir a Londres. No me acuerdo cómo se llama. Es amigo de Caniggia, de Maradona y también del Negro Pelé. Un día le preguntó a Pelé si lo conocía a Carlovich. ¿Qué respondió el Negro? «No gostaba entrenar». Me lo contó por teléfono".
Nunca se acostumbró a ser una celebridad. Ni siquiera una de pago chico. Su parquedad, su apego al barrio y a los amigos de siempre le impiden hacer la vida social que se espera de las glorias deportivas. Prefiere las juntadas en la vereda de su casa con la barra que se consolidó allá lejos y hace tiempo en Central Córdoba a los homenajes y entrevistas. Y toma como gajes del oficio —una amable condena— la proliferación de versiones acerca de su vida, ante las cuales se comporta como un espectador. Un espectador divertido. "Un día subo a un taxi y, cuando le indico al conductor la cancha de Central Córdoba, me mira por el espejito y me pregunta. «¿Lo conoce al Trinche Carlovich? Es amigo mío». Cuando me bajo le digo: «Si lo ve, mándele saludos»".