El 18 de junio de 1976, la joven militante montonera Ana María González colocó una bomba debajo de la cama del jefe de la Policía Federal de la dictadura cívico-militar, Cesáreo Cardozo. Horas después se activó el explosivo y Cardozo murió en el acto. Ana María había entrado a la casa en compañía de la hija de la víctima, que estudiaba con ella. Este hecho fue tomado como emblema por la dictadura, que se ocupó de contarlo hasta el cansancio y de usarlo como demostración de las monstruosidades que aquellos a quienes llamaban "subversivos" eran capaces de hacer.
La historia de Ana María (a quien todos llamaban Anita) y las circunstancias que rodearon el atentado, son el centro del relato de Cenizas que te rodearon al caer, libro recientemente publicado por Sudamericana. Su autor, Federico Lorenz, es un historiador y novelista nacido en Buenos Aires hace 47 años, profesor de historia, director del Museo Malvinas e Islas del atlántico sur, investigador del Conicet y profesor del Colegio Nacional de Buenos Aires, el mismo en que cursó la escuela secundaria. Publicó libros y artículos sobre la guerra de Malvinas, la violencia política en la Argentina, el sindicalismo clasista y las relaciones entre historia, memoria y educación.
Con la sencillez de lenguaje del docente que quiere explicar y comprender el pasado, así como interrogarlo desde el presente, en un extenso diálogo con Cultura y Libros Lorenz explicó las motivaciones que lo llevaron a investigar esta historia. También reflexionó profundamente acerca del conflictivo pasado nacional y cuáles son las funciones que cumple en nuestro presente.
EM_DASH¿Por qué decidiste escribir sobre Ana María González? ¿Qué te parecía que podías encontrar en esa historia y qué encontraste?
—La historia de Ana María González es una condensación de muchos de los temas que asociamos a "los setenta": la juventud, la violencia, la muerte, las organizaciones armadas y la represión ilegal. Encarnados, todos ellos, en una historia con una carga dramática formidable, actuada por una joven militante de veinte años. Lo que no pensé que podía encontrar, con sinceridad, es la inmensa tristeza y melancolía que me produjo escribir el libro. Como si desde ese año al presente, las oleadas de dolor llegaran hasta nosotros. Supongo que es el precio que se paga por ponerse en el lugar de la transmisión, porque quien investiga, hace eso. De forma consciente o no, trama los hilos entre el pasado y el presente. Y algunos de ellos son muy dolorosos.
EM_DASHAnita, como todos le decían, ¿era una joven típica de su tiempo?
—Típica, sí, en el sentido de que expresa ese fenómeno masivo de peronización de los sectores medios por el cual muchos jóvenes nacidos con posterioridad a la caída de Perón releyeron esa experiencia en la clave de los procesos revolucionarios de los años sesenta y setenta. Anita era una chica de clase media de San Isidro que se acercó a una unidad básica ubicada en una de las villas más importante de la zona norte del conurbano bonaerense. En esos años dichos espacios eran policlasistas y allí Ana construyó su compromiso, que pasó de la militancia territorial al atentado político.
EM_DASHCesáreo Cardozo, el militar que fue su víctima, rescató a Anita de un secuestro policial. O sea que sabía o podía haber sabido acerca de la militancia de ella. ¿Por qué pensás que la salva?
—Esa es una de las grandes incógnitas que me dejó el trabajo. Efectivamente, cuando la secuestraron, antes del atentado, Ana dio el dato de su amistad con la hija de Cardozo para detener las torturas. Pienso que se mezcla una sensación de impunidad muy grande de los militares (estaban arrasando a la guerrilla en ese momento) con una infravaloración de la capacidad de daño de la joven. Pero al mismo tiempo, vale pensar también, dada la competencia interfuerzas que también existía, si efectivamente ese dato llegó a Cardozo, si alguien no respondió por él. Pero son sólo conjeturas. Remitiéndome a las fuentes, Cardozo es el que da la orden de que la liberen.
—En tu relato citás muchos testimonios orales. ¿Cómo fue el impacto de recordar esa historia para los entrevistados?
—Hubo mucha gente dispuesta a hablar, sobre todo quienes la habían conocido antes del atentado. Compañeros de colegio, amigos del barrio, de la militancia. Quedan muy pocos sobrevivientes de la etapa posterior al hecho, junio de 1976. La mayoría están muertos o desaparecidos. Pero también es cierto que hay gente que no quiso hablar, que le parecía inadecuado, peligroso o que, sencillamente, tenía miedo. Miedo al contexto, un miedo que llegaba con fuerza desde ese mismo año, 1976. Y todos, salvo uno o dos casos, pidieron aparecer con identidad cambiada. Es el primer libro que hago en el cual esta es la tendencia mayoritaria.
—Vos afirmás que los Montoneros esperaban "debilitar al enemigo" con este tipo de acciones armadas. ¿Estaban realmente convencidos de eso?
—Nosotros estamos analizando el proceso una vez que éste se cerró, con las organizaciones aniquiladas y la dictadura cívico-militar vencedora. Los actores, en el momento de los hechos, tenían muchísimos menos elementos que nosotros para evaluar, para decidir, y también muchísimas más presiones. Se jugaban la vida a cada minuto. Al mismo tiempo, la misma dinámica de la lucha política de entonces los llevó a un encierro muy importante, a armarse una realidad que en gran medida se terminaron creyendo, y que los aisló. En esa realidad que crearon se superponían informaciones fragmentarias, el impacto de los golpes sin pausa, los errores de apreciación, las pérdidas de seres queridos... En ese sentido, la represión fue altamente eficaz. A veces el análisis histórico puede ser muy impiadoso.
—¿Qué nos dice el atentado sobre la época en que ocurrió?
—Yo intenté mostrar, con el atentado y con las represalias, el grado de aceptación que la violencia alcanzó en nuestra sociedad. No es un juicio moral sobre un hecho en particular, sino su descripción y análisis para alcanzar algún tipo de comprensión.
—¿Esta historia podría ser utilizada para legitimar la teoría de los dos demonios?
—Pienso que con mala intención, con una cuota importante de tergiversación, sí. Y ese es un riesgo que decidí correr. Por ejemplo: si la pensás en términos de dolores personales o vidas humanas, no hay ningún tipo de discusión posible. Hay una familia cuyo padre fue asesinado de un modo horrible, y hubo decenas de familias cuyos seres queridos fueron represaliados por este hecho. En el plano del dolor y la pérdida, que es donde suelen ser llevadas estas cuestiones, no hay que dar la discusión. Pero en el plano político, la equiparación es imposible: no es lo mismo, nunca, una organización ilegal que se pone al margen de la ley para impugnar un orden social, que el Estado que vuelve las armas contra los mismos ciudadanos a quienes debe proteger, decidiendo violar sistemáticamente la ley.
—Sos historiador profesional, miembro de carrera del Conicet, y sin embargo escribiste una biografía en una clave que la acerca más al relato periodístico y claramente pensada para un público no especializado. ¿Por qué decidiste hacerlo?
—Toda mi vida me gustó escribir. Toda mi vida me gustó intervenir. Toda mi vida fui curioso. Busqué satisfacer mi curiosidad de todas las formas posibles. Y me imagino que hay muchos "del otro lado del libro" esperando conocer buenas historias. La divulgación de calidad es el gran desafío de las ciencias sociales. Siempre fui medio anfibio en mi recorrido profesional: no coloco lo académico por encima de la divulgación, ni a la inversa. El conocimiento ganaría mucho si ambos espacios fueran pensados como complementarios. Me pasó con mi tesis doctoral, acerca del sindicalismo y la guerrilla. Un amigo querido me recomendó que pensara los capítulos en clave papers: "Tenés para tres años", me dijo. Pero yo no podía. Lo único que tenía en la cabeza era la historia entera, la que esos obreros navales que yo quise tanto mientras investigaba me habían confiado y, en cierto sentido, legado.
—Entre tus temas de investigación están la memoria y los usos del pasado. ¿Qué análisis hacés de la reconstrucción del pasado que hizo el gobierno nacional anterior y la que está haciendo el gobierno actual?
—Pienso que durante muchos años nos hicimos los tontos acerca del peso de los grandes relatos en la conformación de identidades políticas y colectivas. Creo que la Historia, el pasado, pasaron a ocupar el lugar de lo que antes eran proyectos emancipatorios, derrotados desde los ochenta. Con altibajos, con simplificaciones, con construcciones maniqueas que a muchos nos dejaron afuera, el kirchnerismo retomó eso. En algunos casos, enlazando con elementos de profunda sensibilidad popular. Su partidización, en ocasiones, los banalizó. El gobierno actual hace énfasis en dos cuestiones: terminar con dicha partidización, y a la vez reinstalar una noción de "pasado republicano" que a mi juicio tiene poco que ver con lo que ha sido nuestra historia. Es decir: miran hacia el pasado, al igual que el kirchnerismo, idealizando una república que en realidad no fue tal. Entre ambos extremos, hay sectores que a su vez tienen sus representaciones de la argentinidad. Lo que subyace a estas discusiones es la idea de país que imaginamos, tan poco discutido, explicado, debatido. Y cuando eso no sucede, entonces el pasado es un comodín al que todos, sin excepción, acuden. Pero yo creo que la recurrente apelación al pasado es un símbolo de una pobre imaginación de futuro.
Una historia inquietante
En 1976, el historiador italiano Carlo Ginzburg se consagró publicando la historia de un molinero friulano del siglo XVI. La apuesta fue audaz: en el imperio de historias que se proponían ser más holísticas y abarcar a la sociedad como un todo, Ginzburg escribía prácticamente la biografía de un hombre común llamado Menocchio. Pero esa historia mínima le permitía tratar de entender la cultura popular en el Renacimiento, por lo que el libro se transformó en una gran hipótesis sobre ese tema. Los que estudiamos historia quedamos inmediatamente seducidos por ese libro que se llamó El queso y los gusanos. La fascinación nos llevó al punto de buscar casi obsesivamente "nuestro" Menocchio, es decir aquel personaje o aquella historia aparentemente insignificante que nos podía dar la clave de un proceso histórico.
Cenizas que te rodearon al caer también es una apuesta audaz. Su autor probablemente también buscó a su Menocchio y de algún modo lo encontró. Anita es un personaje que permite bucear por la década del 70, tanto en su etapa de efervescencia militante como en la dictadura posterior. Una chica de clase media que se involucra en la militancia territorial y que termina muerta por la represión militar. Hasta aquí podría ser una más de los miles de jóvenes que fueron muertos y desaparecidos por su compromiso político y social durante la dictadura.
Pero Ana María González es una víctima incómoda, está muy lejos del estereotipo de la "víctima inocente". Se trata de alguien que se incorporó a la guerrilla urbana y cometió un solo acto violento pero trágicamente significativo: el asesinato del primer jefe de la Policía Federal en la dictadura. Pero por si esto fuera poco, lo mata aprovechando su amistad con la hija del militar, añadiéndole al crimen la traición. Una interpretación fácil haría de esta historia la justificación perfecta de la teoría de los dos demonios. Pero vemos que antes de esta teoría que apareció con la apertura democrática, la dictadura creó la del "demonio subversivo", cuyo caso emblemático era precisamente el de Anita. En su nombre se desató una serie de hechos en los que se asesinó a militantes en enfrentamientos fraguados.
La indagación de lo que ocurrió después del atentado le permite a Federico Lorenz ver que esos "enfrentamientos" eran totalmente fraguados: los muertos habían sido previamente secuestrados y liberados para fusilarlos. La represión desatada la confronta con la idea que tenían los Montoneros de las consecuencias de su acción: creían que atacaban un centro neurálgico de la dictadura, que la debilitaban. Claramente —evalúa Lorenz— ocurrió todo lo contrario: la dictadura se fortaleció tanto militar como simbólicamente. En síntesis, se trata de un libro para pensar, un libro sin respuestas fáciles, un libro inquietante, tanto como la tremenda historia de su protagonista.
M. G.
Mario Gluck