–¿Por qué elegiste ese punto de vista para contar la historia?
–Es la primera novela que se escribe sobre Eichmann en la Argentina y no hubiera tenido mucho sentido hacerla si no era precisamente para adoptar ese punto de vista, el cual por su propia especificidad no puede adoptar ningún otro género. Incluso pensé en escribirla en primera persona, pero terminé descartándolo porque hubiera significado constreñirme demasiado. Necesitaba, además, mantener una cierta distancia irónica, la misma que se marca ya desde el título.
Desde la óptica de Eichmann surgen también las mayores sorpresas, por ejemplo cuando observamos con sus ojos el fenómeno del peronismo o al propio Perón. Eso fue una sorpresa incluso para mí al escribirlo, porque no lo había pensado hasta que no adopté esa perspectiva especial. Solo desde allí, creo, se puede entender por qué accedió Eichmann a contar su historia en la Argentina, como se lee en los capítulos finales, y por qué en definitiva lo terminaron atrapando.
El desafío es lograr en el lector una empatía impensable con un personaje como este, claro que no para reconciliarnos con él sino para poner el desprecio en su lugar, es decir en el ámbito de lo humano. Adoptar la perspectiva del monstruo nos permite ver que no es un monstruo, sino algo mucho más complejo y perturbador. De ahí el epígrafe del libro, tomado a su vez de un libro de Bettina Stangneth sobre el tema: “Si se sorprende sintiendo pena incluso por alguien como Eichmann, no se apure a reprimirla, porque exactamente eso es lo que nos diferencia de él”.
–¿Tuviste dificultad para encontrar la voz del personaje?
–Tuve muchas dificultades en el proceso de encontrar esa voz, porque implicó leer todo lo que escribió Eichmann, incluyendo cosas que no están traducidas, como Götzen, que escribió en la cárcel, y otras que ni siquiera están publicadas y hay que pedirlas en archivos, como Meine Flucht, Mi huida, donde cuenta las peripecias que vivió desde que terminó la guerra hasta llegar a la Argentina. Es un alemán que da mucho rechazo, por un lado por el vocabulario que usa, de una precisión cínica y de un cinismo muy preciso, y porque no está tan mal escrito como uno imaginaría o desearía por lo abyecto de la pluma. Leer eso, y los reportajes que dio en distintas instancias, tanto en la Argentina, como se cuenta en la novela, como en Israel, hablando hasta por los codos y repitiendo una y otra vez los mismos argumentos para exculparse, es algo muy cansador, a la vez que imprescindible. Ese trabajo me llevó no solo mucho tiempo, también muchos nervios y noches cargadas de pesadillas. Leerlo antes de irme a dormir hacía que esa voz fría y analítica me siguiera dando vueltas en el inconsciente, y si bien me despertaba con malas sensaciones, era impresionante lo que avanzaba en la incorporación del personaje. Ahora bien, una vez que encontré la voz y la primera escena, que es cuando llega su familia en 1952, una fecha que coincidió casualmente con el velatorio de Evita (y con que la ciudad se quedó sin flores), una vez que tuve eso, todo fluyó con bastante naturalidad y cada vez que me sentaba a escribir realmente sentía que me trasladaba a los años cincuenta de nuestro país y lo miraba con los ojos y la mente de este prófugo. Una naturalidad casi diría que asustante.
–¿Meterse en la piel de un ser siniestro e intentar pensar como él es una tarea de riesgo?
–Sin duda que sí, o por lo menos la más riesgosa que asumí en mi vida de escritor. Pero de nuevo lo mismo: a medida que iba resolviendo dudas acerca de Eichmann gracias a haberme animado a ponerlo de personaje, me daba cuenta de que había valido la pena todo el esfuerzo. No es un tour de force en vano, esto de meterse en la intimidad del asesino, sino que ayuda a entender muchas cosas que con otros enfoques quizá quedan en el aire.
–¿Por qué decidiste o necesitaste transparentar en el libro los motivos que te llevaron a escribirlo e incluso las fuentes en las que te basaste?
–Puse las fuentes por honestidad intelectual. Cuando uno se basa en hechos reales, como se dice, lo que en realidad hace es usar material textual (y fílmico), y es importante consignarlo aun cuando no se trate de un trabajo académico. Me interesaba que quedara claro que si bien estamos ante una novela, se atiene bastante a rajatabla a lo que sabemos históricamente del personaje en sus acciones y pensamientos. Me parecía importante hacer un libro donde también el que no sabe nada de Eichmann conozca su historia tal como lo haría en un libro del rubro o en una biografía, aunque en otro orden y con otro tono, que por cierto son los que me gustan a mí. Entre leer una biografía y una novela, siempre voy a preferir la novela, aunque quizá cueste más trabajo diferenciar realidad de ficción y la información no venga toda ordenadita y con índice para buscarla.
En cuanto a transparentar los motivos que me llevaron a escribir, creo que responde, por adelantado, a una pregunta moral (aunque no me parece que se justifique con una ficción): ¿para qué ocuparse de este asesino? Poner que el autor es el nieto de una mujer enviada a Auschwitz por una orden que partió de la oficina de Eichmann, y que se crió en el mismo barrio donde más tarde vivió Eichmann (y el círculo de nazis que frecuentaba) quizá sirva de explicación. Pero ese epílogo, que también tiene mucho de ficción, va más allá y lo que intenta es traer la narración hasta el presente, contar mínimamente desde dónde se hizo la novela y limpiarla del aire tumefacto en el que queda sumergida cualquier cosa que toque a un ser nefasto como Eichmann. Además, de su historia ya sabemos el final antes de que empiece, y con este epílogo busqué solucionar ese problema dándole una vuelta de tuerca medio inesperada a la novela.
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–¿Cómo fue el proceso de escritura, compartías con otras personas textos y borradores?
–Compartí los primeros capítulos con mi agente (Michael Gaeb), que en este caso hizo de editor, porque fue charlando con él que surgió la idea para el libro. Su pregunta era: ¿cómo fueron los años de Eichmann en tu país? Me fascinó que alguien se lo preguntara a un escritor y no a un historiador. Después de empezar, necesitaba que alguien me confirmase que el tono era el correcto, y ahí tuvimos un lindo intercambio sobre pros y contras de la voz que había elegido. Más tarde empecé a intercambiar mails con Bettina Stangneth, la autora de Eichmann antes de Jerusalén, un libro que me resultó fundamental para entender a Eichmann y la importancia de centrarse en su paso por la Argentina, con flashbacks a su vida anterior cada vez que el presente se la recordara. Bettina no solo me dio información y me compartió documentos y consejos, sino que fue una interlocutora constante cuando se trataba de discutir aspectos dudosos de Eichmann, porque debe ser la persona que más sabe sobre el tema en el mundo. Su ayuda fue invalorable y hasta hoy se lo sigo agradeciendo.
–¿Qué nos proporciona la tragedia del Holocausto como experiencia humana en el sentido de acercarnos para contarla, aprenderla, observarla? ¿Algunas cosas se cierran, o no terminan de hacerlo porque se habilitan nuevas relecturas?
–No sé si podemos hablar de cosas que se van cerrando. Pasa el tiempo, mueren los protagonistas, pasan de moda ciertos abordajes del tema, pero la tragedia de fondo sigue siendo inexplicable y la sensación de que puede repetirse no cesa. Fue algo tan horroroso que nos impide entenderlo y pasar a otra cosa, porque ni bien dejás de pensarlo por un tiempo y volvés a recordarlo te pasa de descubrir que de nuevo dejaste de entenderlo, de tan terrible, y hay que tratar de explicárselo una vez más. No atarse los cordones, que aprendés y listo, es algo sobre lo que hay que reflexionar una y otra vez, si realmente te importa su comprensión. Me parece que es de esas cuestiones a las que por mucho tiempo volveremos de manera constante, con el acento sobre un aspecto o el otro, según ciclos de comprensión y hastío, y que cada una de esas oleadas va a aportar nuevos elementos que nos permitan, si no evitar que se repita, al menos darnos cuenta rápido de que se viene una repetición y tratar de mitigar sus efectos.
–¿Qué repercusiones, lecturas y devoluciones tuviste en la Argentina y en otros países? ¿Qué expectativas tenés o qué esperás que suceda?
–La novela ya salió en Italia, incluso antes que en España, por esas cosas de la pandemia, y saldrá este año en Alemania, Francia, Holanda, Croacia y República Checa. Por razones obvias, lo que más me interesa es lo que vaya a ocurrir en Alemania. El nazismo es un tema siempre peligroso, sobre todo si no tratás el lado de las víctimas sino el otro, aunque en Alemania el otro lado es el que ha venido teniendo preeminencia en los últimos años, después de mucho tiempo de concentración en las víctimas. Cuento con la ventaja de ser nieto de una sobreviviente de Auschwitz, eso me deja espacio para tratar el tema con relativa libertad e incorrección política, pero tampoco es un cheque en blanco, ni yo me lo tomo de ese modo. De todas formas, me interesa que el libro no sea juzgado solo en términos morales, sino sobre todo literarios. La idea es mostrar, una vez más, que la literatura está a la altura de temas complejos y puede aportar a la discusión. Pero también debe ser una experiencia de lectura que pueda compararse con otras más relajadas. Yo al menos soy de los que les gustan leer libros “difíciles”, también en el avión o en vacaciones.
Las vueltas de la historia
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, el genocida Adolf Eichmann vivió escondido, huyendo, hasta que en 1950 logró arribar a la Argentina. Aquí se estableció bajo el nombre de Ricardo Klement y consiguió trabajo al amparo del gobierno peronista y de la comunidad alemana. A los dos años se sumaron su esposa Vera y sus hijos, con los que comenzó una vida plácida y discreta como padre de familia, primero en Tucumán y luego en Buenos Aires. Su secuestro –llevado a cabo por un comando del Mossad, servicio de inteligencia israelí, durante el gobierno de Arturo Frondizi– le puso fin a sus planes de pasar desapercibido y en cambio terminó totalmente expuesto en un juicio paradigmático que se llevó adelante en Jerusalén.
Quien recrea los últimos años del jerarca nazi es el nieto de una enfermera que también llegó a estas pampas desde Alemania luego de pasar por el campo de concentración de Auschwitz, donde exterminaron a su madre ciega (la bisabuela de Ariel Magnus). Eichmann había ordenado su deportación, como la de millones de judíos residentes en Alemania y otros países de Europa, aunque durante el proceso de juzgamiento el ex teniente coronel de las SS alegó que había actuado por obediencia debida a sus superiores.