El extrañamiento. Las atmósferas viciadas. Lo que parece que va a suceder y nunca sucede, o sucede y no se ve. Si bien Lucrecia Martel y Selva Almada trabajan sobre mundos distintos y con lenguajes diferentes, hay líneas sutiles que podrían conectar sus obras, hermanadas por una estética similar.
Quizás por compartir cierto tono creativo, cierta búsqueda, Lucrecia Martel sugiere el nombre de Selva Almada para que escriba durante el rodaje de Zama, film dirigido por la cineasta argentina y estrenado en las salas del país el pasado 28 de septiembre. Así nace El mono en el remolino (Literatura Random House), un libro que explora los bordes, que busca nuevos horizontes: la literatura intercepta al cine y de esta combinación nacen pequeñas piezas literario-antropológicas. Almada viajó a Formosa y Corrientes, lugares donde transcurrió parte del rodaje de Zama, y observó para escribir. El silencio fue su aliado y su mejor carta.
La propuesta del libro surge de los productores de la película. Habían pensado en una serie de eventos que ocurrieran alrededor del film: incluso se barajó inicialmente la idea de realizar además, un videojuego. "Cuando me llamaron, el rodaje ya estaba empezado", relata Almada. "Yo tenía otros compromisos, entonces aceptaron que lo fuera haciendo en el tiempo restante. Por eso no pude estar en todas las locaciones. Pero lo más importante fue la completa libertad que me dieron a la hora de escribir".
Desde su tapa, El mono en el remolino desafía la fijeza que suele anidar en los estantes, en el canon, en la academia, cuando de catalogar un texto se trata. Un subtítulo previene: Notas del rodaje de Zama. Y no es casualidad el anuncio. Los lectores de El mono en el remolino asistirán a un compendio de textos breves, anotaciones realizadas por Selva Almada durante el rodaje. Dentro de esta indeterminación genérica, el detrás de escena es entonces un principio constructivo de escritura.
El título es también otra decisión que evade la literalidad: no hay escenas del mono en el remolino en la película de Lucrecia Martel, aunque sí en el Zama de Di Benedetto, obra en la que se basa el film. Almada cuenta que el título fue un homenaje a este comienzo, una de las escenas más poderosas que leyó y que, asegura, postula de algún modo la decisión de cómo comenzar un libro.
La autora de El viento que arrasa y El desapego es una manera de querernos llegó a Rosario convocada por el Taller de Lectura y Escritura Creativa de Mandrake Libros, a cargo de Dahiana Belfiori, y la cátedra de Literatura Argentina del Profesorado de Lengua y Literatura del IES N°28, Olga Cossettini. El evento fue declarado de interés por el Concejo Municipal. En diálogo con Cultura y libros, Almada charló sobre Zama, sobre su trabajo como observadora en el rodaje y sobre el fruto de esas decisiones: el libro editado por Random House.
Universos perdidos
El lirismo de la prosa de El mono en el remolino coexiste con un alto contenido social. Si Zama es un libro sobre la espera, inclusive su epígrafe así lo anuncia ("A las víctimas de la espera"), también en este contrapunto podría leerse El mono en el remolino:
"Una anciana qom llegó decidida al casting. En el barrio casi no hay viejos: la gente muere antes a causa de la mala alimentación, la pobreza y las enfermedades. Ella es una de las pocas sobrevivientes".
El pueblo qom, escindido, trasplantado: una cultura que ha sido desplazada progresivamente, que espera vivir mejor, que aguarda ya no se sabe desde hace cuánto tiempo. En Zama, la película, hay habitantes qom y pilagás que hacen de actores secundarios. Almada decide poner el ojo en la vulnerabilidad social que padecen estas comunidades:
"Con el rodaje pude ir a los barrios, ver la desprotección en la que viven. Una de las chicas que trabaja en un organismo del Estado relacionado con bienestar social también hacía de remisera en el rodaje y me relataba el desprecio, la burla constante y la discriminación con que sus propios compañeros tratan a estas personas en las oficinas. Y es gente que llegó a la ciudad porque la fueron corriendo de los campos. Muchos de ellos están sin trabajo, hacinados, construyendo chozas en lugares pequeños, o sobre otra vivienda, en una situación tremenda. Además, son pueblos donde parece que no pasara nada, pero las situaciones de violencia ocurren, y están todo el tiempo como cubriéndose. Hay mucha droga, alcoholismo, prostitución, abuso intrafamiliar. Yo suelo ir a Chaco, y sigo el tema de cerca. Inclusive ha habido dirigentes asesinados; en un momento eso salía en los diarios, lamentablemente ahora ya no".
Un artificio primigenio
Estas comunidades, sobre las que pone el foco Almada en su escritura, no sólo han perdido sus tierras sino que algo más profundo va desprendiéndose de su cultura: "Hay cosas de un mundo, de un universo, que ya no existe. Por ejemplo a los chicos ya no les interesa hablar su lengua, les da vergüenza. Tampoco saben de sus ritos, de sus tradiciones. La Iglesia Católica está muy metida, y ellos se sienten agradecidos porque los contiene, pero en algún punto también anula sus creencias, su cosmovisión, los arranca de ahí" explica Almada.
Teresa Rivero es una referente social dentro del barrio Qom en Formosa, y participó del rodaje. Almada pudo entrevistarla en el comedor que ella coordina, y allí tuvieron una larga charla. La escritora describe el poder de Teresa Rivero sobre la comunidad, y el deseo de la mujer por recuperar lo que les pertenece.
Rivero explica: "El blanco nos enseñó a dividir a la gente. Se metió en el medio de nosotros la política. Ahora hay diez mujeres que están vigiladas por la policía, esas mujeres quieren recuperar sus tierras, que es nuestra cultura, que acá nacieron nuestros hijos, este bendito suelo acá en Formosa, Nam Qom, queremos un pedacito de terreno. Pero las vigila día y noche un patrullero".
Además de su historia, Almada relata una escena referida por Teresa que llamó su atención. La mujer le contó que cuando estaban actuando, con los cuerpos pintados, semidesnudos, sintió que así debían haber sido sus orígenes. Pensó que su pueblo alguna vez realmente vivió de ese modo. Y entonces sintió una profunda emoción. A través del artificio del rodaje, de la maquinaria de la ficción, Rivero pudo conectarse con su pasado remoto, ancestral.
La que venía a mirar
Son numerosas las crónicas, diarios de viaje y hasta consejos para escritores que hablan acerca de la necesaria invisibilidad del cronista. En Arbitraria, Leila Guerriero escribe: "Sean invisibles: escuchen lo que la gente tiene para decir. Y no interrumpan. Frente a una taza de té o un vaso de agua, sientan la incomodidad atragantada del silencio". Almada sintió esa incomodidad y pudo moverse en ese espacio de rodaje como en un pequeño santuario. Conjugar la introspección, las curiosidades propias, y la observación del afuera.
"Me incomodaba mucho estar ahí. Yo era la única que no hacía nada, entonces traté de interferir lo menos posible. Veía toda esa maquinaria, cada uno con una función muy específica, trabajando muy intensamente en llevarla adelante, y yo era la que venía a mirar. Entonces hice eso: miré y me quedé callada todo lo que pude. Con la gente del equipo o con los actores, preferí hablar por fuera del rodaje, por ejemplo a Daniel Giménez Cacho lo entrevisté cuando terminó todo, en Buenos Aires. A Lola Dueñas también. Con los actores o con los técnicos hablaba en el micro, yendo a la locación o durante las comidas. Y mientras hacían su trabajo, trataba de que no me vieran. Mi mirada estaba más posada en lo que sucedía en los descansos, en qué hacia la gente mientras esperaba para filmar su escena. Traté de mantener siempre una distancia prudente. Además eran cosas muy minuciosas, por ejemplo la escena de la mujer ciega que habla en pilagá: el actor en la hamaca, la mujer hablándole cerca y el sonidista tratando de captar ese sonido. Quizás también eso llevó a que mi mirada se pusiera en otros lugares. Y me parece que está bueno porque siento que el libro tiene un camino independiente a la película".
Luego de la escena con la mujer pilagá, Almada escribe: "La voz de la anciana es tan débil que el sonidista tiene que ingeniárselas para poder registrarla, para captar ese hilo fino, sutil, casi invisible como el hilo de una araña".
El mono en el remolino contiene piezas que conjugan la crónica breve con la narrativa documental. Podría ser el diario de un rodaje, pero también el diario de un viaje: espacio experimental de una escritora devenida cronista que intenta ser invisible para captar la naturaleza de las cosas, los olores, los sabores y las imágenes que conforman el rodaje de Zama, sin interferir. Martel trata de no perder el hilo de voz de la mujer pilagá; Almada trata de no perder esa escena dentro de la maraña de un set de filmación. Dos mujeres, dos lenguajes diferentes y la misma búsqueda: captar el germen de lo mínimo. Y que de ese germen nazcan obras admirables: la película, y el libro que nace y dialoga con ella.
Di Benedetto y Demitrópulos
Sobre la gran novela de Antonio Di Benedetto que da origen a la película de Martel, Almada relata sus encuentros con el libro: "Lo leí hace mucho tiempo. La primera vez no me había enganchado. Luego me lo pidió prestado un amigo, y cuando me lo devolvió me dijo «tenés que leerlo»; él había quedado fascinado. No entendía por qué no me había gustado. Entonces lo agarré, contagiada por su entusiasmo. Y me encantó. A veces me pasa con algunos libros que en su momento no me gustan, y luego los vuelvo a leer y pienso por qué no lo hice antes". En cuanto a lecturas emparentadas, Almada menciona un libro que lee actualmente: Río de las congojas, de Libertad Demitrópulos: "Es un libro que está ambientado en la misma época, durante la conquista, y si bien las tramas son diferentes, tiene un lenguaje muy intrincado, de mucha cercanía con Zama. Las siento muy familiares".
Rosario Spina