El periodista Damián Schwarzstein le dio vida a Vladimir Ilich Tao Tse Tung, un singular filósofo taoísta leninista que huyó de Berlín hasta llegar a Rosario. Los paseos de este personaje componen Vladimir va al paraíso (Baltasara Editora, 2018) una serie de relatos que hablan de temas existenciales con buenas dosis de humor y sensibilidad
¿Qué es ser un maestro? ¿Puede realmente una persona enseñarle a otra lo que tiene que hacer? ¿Desde cuándo la palabra "soltar" se puso de moda? ¿Hasta dónde la felicidad depende de uno mismo? ¿Hacemos lo que queremos o lo que nos dejan hacer? ¿Existe el destino, y se puede torcer? ¿Por qué deseamos lo que se aleja en lugar de abrazar lo que tenemos cerca?
Vladimir Ilich Tao Tse Tung se pasea y se pregunta. Como un flâneur contemporáneo este filósofo, mitad taoísta mitad leninista, merodea por Rosario y aunque no siempre encuentra las respuestas nunca deja de buscarlas. Su faro se enciende precisamente al caminar. El movimiento no sólo lo mantiene vivo, también lo acerca a la creatividad, a la observación de las personas y a los espacios que ocupan.
Y si el movimiento se demuestra andando, quien también tuvo que moverse (o mejor dicho, ponerse a bailar) para hacer link con la inspiración y dar cuerpo a este personaje fue Damián Schwarzstein, periodista y autor del libro Vladimir va al paraíso (Baltasara Editora, 2018).
Antes de escribir estas columnas, que luego terminaron ordenadas hasta componer esta trama, Schwarzstein trabajó durante muchos años en diarios (La Capital y El Ciudadano, por ejemplo), en radio y televisión y desde hace más de diez dirige el diario digital Rosario3.com, donde se publicaron originalmente estos relatos. En los últimos años el periodista se sumergió en la práctica del contact improvisación (una danza en la que el contacto físico es el punto de partida para la exploración del movimiento espontáneo) y actualmente gestiona el espacio de danza La Pista. Y es así que la escritura de estos relatos, que se salen de la realidad del periodismo para refugiarse en la ficción, no pueden despegarse de ese desplazamiento corporal encarado por el autor.
Schwarzstein dice que Vladimir apareció de casualidad y que ya venía escribiendo textos filosóficos con pinceladas de humor cuando por otro carril llegó el personaje. "Un compañero de danza me habló de una serie de principios que están presentes en el jam de música y danza. Escuchar, escuchar el silencio, escucharse uno mismo, todos somos músicos y todos somos bailarines, eran algunos de ellos. Entonces escribí un pequeño texto para invitar al jam y puse esos principios en boca de un filósofo taoísta leninista. Recién ahí surgió el personaje", cuenta el autor y padre de esta criatura de nombre ruso y apellido chino.
El telón de fondo de los relatos es la Europa de entreguerras, previa a la Segunda Guerra Mundial, y en los recorridos Vladimir se cruza con figuras célebres de la literatura, de la plástica, de la música, de la moda y hasta del fútbol. Escapó de Berlín perseguido por los nazis y comenzó un viaje que lo llevó por las grandes capitales europeas (Roma, París) y luego fue hacia América en barco (Nueva York, Río de Janeiro, Buenos Aires). Pero todos sus caminos lo traen acá: a Rosario. Y para quienes habitamos esta geografía muchos nombres, aunque cambiados, nos resultan familiares. Es que a Vladimir le apasiona ir de bar en bar, comer carlitem en Le Cairó y deambular por Diabliten, Le Bole Huit, y otros reductos del barrio Le Pichinch, por ejemplo.
Con quienes se encuentra debate acerca de temas existenciales, vive amores, desamores, aventuras, pérdidas y exalta los pequeños placeres de la vida como el buen comer, beber y amar. Y las experiencias de vida se convierten para él en el aula sin muros de las que lo aprende todo. "El gran tesoro, la verdadera maestría es que él está abierto a lo que venga. Esa actitud, de estar abierto a recibir y a absorber lo que sea es su gran don", dice el autor. La juega de filósofo y paseante, pero por momentos —dice Schwarzstein— no es más que "un atorrante con pretensiones caminando por una ciudad cosmopolita".
Las citas de escritores y de canciones populares aparecen a modo de epígrafe y anclan el sentido de estos relatos que hablan de algunas palabras que hoy parecen estar de moda: soltar, vacío, respirar. Con buenas dosis de humor e ironía, pero con espacio para una reflexión sensible, los textos que componen esta trama adquieren una vida narrativa que supera a cualquier libro de autoayuda. Aunque el autor no parece temerle a esta última palabra. "Son relatos que vienen de la inestabilidad y que buscan la estabilidad. No hay pretensión de nada, es la sola búsqueda del conocimiento interior. Siempre hay algo de la posibilidad de ayudarse a uno mismo", dice Schwarzstein.
Y si "la clave es reinventarse y pensarse en transformación permanente", como dice el autor en la introducción del libro, este falso gurú bolchevique nos revela que la riqueza está en aprender de todo el mundo y todo el tiempo.
Los relatos de este pasajero en trance parecen ser relatos sin casa. Porque Vladimir no tiene ninguna y a la vez las tiene a todas. Porque el estado de viaje permanente lo sitúa constantemente en amistades, hogares y aprendizajes nuevos. Una sola certeza parece tener, y es que lo que importa es el viaje y no el destino. Hay que viajar, moverse, no sólo cambiando de ciudad, también navegando experiencias, libros, películas, canciones, la vida misma, nos dice Vladimir. Ir por la vida en viaje. Y no apresurarlo nunca. Mejor que dure muchos años.
Vladimir va al paraíso
Damián Schwarzstein. Baltasara Editora, 246 páginas, $370.