Sylvia Molloy viene a Argentina dos veces por año. Una de ellas, para ver los jacarandás en flor. Dice que le gusta volver: que retoma contacto con sus amigos, que redescubre cosas olvidadas; se siente como "en casa". "Pero no son vueltas impunes" aclara. "Cada vez, al final de mi estadía, me cuesta más irme" confiesa desde los Estados Unidos, vía mail. No hace tanto regresó de nuestro país, donde vino a presentar su último libro: Citas de lectura, publicado por editorial Ampersand, un singular sello especializado en publicar libros acerca de libros.
Citas de lectura surge de un pedido, el de participar en una colección dirigida por Graciela Batticuore: varios escritores hablan de las lecturas que consideran importantes a lo largo de sus vidas. La dedicatoria que abre el libro reza: "Al lector con el libro en la mano". Más adelante, en uno de los textos que lo integran, escribirá: "Leer era actuar, y actuar era ser yo". Los libros como performance personal, así sintetiza Molloy ese apropiarse de la lectura. Y en este decir resuena la noción de pose, categoría desarrollada por la escritora en su libro Poses de fin de siglo. "La dedicatoria viene de una frase de Jan Kott que uso frecuentemente porque me identifico con ella. Quiero decir: todo lo que sé, todo lo que soy, y todo lo que escribo que sé y que soy, surge de lecturas previas. Como el joven Hamlet que evocaba Kott, andamos todos con un libro en la mano, libro que va cambiando según los tiempos, y en ese libro nos leemos" dice Molloy.
En "Vivir las lecturas", uno de los veintinueve textos breves que conforman Citas de lectura, Molloy escribe: "De la lectura como acto de posesión: leo y me apodero de lo que estoy leyendo, es decir, encarno la voz del hablante, adopto su dicción, hago mía su circunstancia, lleno hiatos, invento situaciones, personajes, palabras. Leo y el texto se dirige solamente a mí, no existe sin mi lectura: yo le doy voz, le doy yo".
Citas de lectura contiene ciertas cifras que recorren los textos. Claves que evocan tópicos tratados en los ensayos y en la literatura de Molloy, cuya matriz es la lectura, la memoria, las traducciones, los recuerdos: en un posible comienzo la autora dice que le gusta pensar que su primer libro leído fue en español, aunque no esté muy segura de ello. Tampoco tiene certeza de que ese libro haya sido en inglés. Este "estar entre lenguas" es otra de las claves que recorren las páginas de Citas de lectura y que le permiten a Molloy establecer lazos heterogéneos entre autores y libros abordados a través de los años. Si bien el español y el inglés se dan en Molloy como primeras lenguas, hay otra que abre un plano tan imprescindible como fundante: "El amor por los libros, el amor a través de los libros, se dio en francés, mi tercera lengua" afirma en Lectura y amor.
La díada lectura-recuerdos tiene centralidad y atraviesa numerosas páginas de Citas de lectura. En uno de estos textos, Molloy rememora sus primeros acercamientos escolares a la lectura. Y el aburrimiento al que era expuesta a través de ciertos libros.
—Contás que hubo una directora que, al leerles, les hacía saltar páginas: suponés que esos pasajes quizás les hubieran generado aburrimiento. ¿Recordás haberte aburrido en tu época como alumna?
—Recuerdo mucho aburrimiento en mi época escolar, tanto en mis lecturas en inglés (Walter Scott, pese a las páginas que nos hacía saltar la directora que mencionás, era plúmbeo) como en mis lecturas en castellano, fuertemente marcadas por la noción de lo nacional. Así las lecturas de Guiraldes o, como digo en mi libro, de Guillermo Enrique Hudson, a quien se leía en traducción. Ni siquiera se mencionaba el hecho de que sus libros habían sido escritos en inglés, lo cual hubiera introducido ya una cuestión interesante: ¿se puede ser escritor nacional en inglés? También nos hacían aprender poemas de memoria, Bécquer por ejemplo: "Hoy como ayer, mañana como hoy, y siempre igual". Eso te da una idea. ¿Por qué no leíamos textos más provocadores? Me lo sigo preguntando.
—En El libro en la mano, texto que conforma Citas de lectura, hablás de la pose de lectora, ese "verse y ser vista con un libro en la mano". Contás que es una idea que siempre te ha acompañado, incluso imaginás una especie de "narrativa" para ofrecerles a tus herederos en relación con los objetos que se mantienen a través del tiempo en tu mesa de luz. ¿Qué tan importantes son estos u otros objetos en tu vida? ¿Sos de esas personas que establecen lazos afectivos con ciertos objetos?
—No establezco una relación particular con los objetos pero cuando los veo reunidos por azar, como por ejemplo en mi mesa de luz, me gusta pensar en las relaciones que algún espectador podría armar entre ellos. Hay por ejemplo un extraño crucifijo hecho de balas de la guerra de 1914 junto a un libro de Schopenhauer sobre el pesimismo. Esto debe de significar algo, se dirá ese espectador imaginario, y empieza a conjeturar una narrativa. Para contestar a tu pregunta, no establezco tanto lazos afectivos con los objetos como lazos narrativos: así voy armando relatos, como el hipotético espectador de mi mesa de luz. Y debo decir que entre los objetos reunidos al azar a lo largo de mi vida, siempre hay libros.
—En Borges, encore, afirmás que ese vaivén entre crítica y ficción que puede leerse en él, también es clave en tu escritura. Además, en una entrevista contás que solés manejar casi siempre dos proyectos a la vez, uno literario y otro crítico, dejando que se enriquezcan mutuamente, que se contaminen. ¿Estabas trabajando algún texto crítico al momento de escribir Citas de lectura?
—No estaba trabajando crítica pero sí estaba y sigo estando inmersa (es el término justo) en un difícil ejercicio de traducción que bien puede contar como proyecto crítico. Me refiero a la versión en inglés de mi libro Vivir entre lenguas, reflexión sobre mi experiencia como sujeto bi-trilingüe. El libro fue escrito “desde” el castellano y en estos meses lo he estado reescribiendo (“traduciendo” no sería el término justo) “desde” el inglés. Este ejercicio convivió con la escritura de Citas de lectura.
—De tu paso por la carrera de química conservás una cicatriz en tu mano derecha de una gota de bromo. Pienso que esta marca es elocuente, ya que te acompaña justamente en la mano de la escritura. Y luego, ese jefe de trabajos prácticos de la carrera que te alienta a irte, porque no te ve feliz allí. ¿Qué tan importante fue ese comentario y esa persona para vos? ¿Volviste a tener contacto con él luego de que tu profesión como escritora se consolidara?
—Una pequeña aclaración: soy zurda, así que la mancha de bromo no impidió en ningún momento la escritura, que ya estaba ahí aun cuando la otra mano se ocupara de química. Ese jefe de trabajos prácticos me dio permiso, sí, para pasarme a la mano izquierda, a la literatura. Nunca más lo vi pero siempre lo recuerdo como una de las presencias fuertes en mi vida.
—¿Cómo ves hoy el mercado editorial norteamericano para los escritores latinoamericanos?
—El mercado editorial norteamericano, si bien algo más abierto a la literatura latinoamericana que antes, sigue sorprendentemente lento. Recuerdo que hace unos cuantos años Juan Goytisolo decía que para los escritores españoles y latinoamericanos que se traducían en Estados Unidos parecía haber un sistema de cuotas: sólo uno, emblemático, por año. La observación, por exagerada y jocosa, no era del todo desacertada. Ese “uno” fue, durante un tiempo Borges, fue García Márquez, fue Bolaño, fue Aira. Ahora ha mejorado la situación, pero no tanto. Las pequeñas editoriales independientes han pasado a remediar en parte esa falta, aunque todavía falta mucho por hacer.