Estamos inmersos en una vorágine de violencia sin precedentes en nuestra historia. La violencia no es del fútbol, de género, escolar o laboral, sino de la sociedad. Hemos perdido la capacidad de dialogar, de consensuar y respetar. Cejas fruncidas, ojos llenos de ira, mente enceguecida y razón perdida, es una "foto" que vemos a diario. Somos personas con ingenio –aunque a veces no parezca–, con capacidades extraordinarias y somos violentos también. Hagamos algo. Comencemos por hablar con los niños, que entiendan que somos todos diferentes, con gustos y opiniones diversas. Porque el que piensa distinto no es el enemigo, es otro punto de vista, ni malo ni bueno, diferente. Continuemos luego por recuperar la capacidad de amar y de hacer. Dejemos de trabajar bajo presión, y comencemos a hacerlo bajo pasión. La calle, la política, el deporte, la familia y el trabajo se transformaron en lugares donde las personas más decentes sufren una metamorfosis letal y violenta, cayendo en el plano de la obtusa vulgaridad. Para los griegos, Tifón era el monstruo que derrotó a Zeus y representaba todo lo oprobioso del interior del hombre, su violencia, el maltrato. Cada uno de nosotros, tenemos un Tifón en nuestro interior cuya violencia puede hacer estremecer los cielos. Nosotros, los humanos, tememos a otros por todo lo que pueden lograr con su sabiduría innata. Convivimos, pero con miedo y envidia, y en el miedo y la envidia está la raíz de todas las violencias.