Otra vez, otra vez, como dice la canción, la desesperanza se apodera de un sector de la población que atónita observa los acontecimientos que ocurren en estos días. Me pregunto bastante seguido si habrán hecho bien mis viejos, inmigrantes italianos, en inculcarnos que debíamos estudiar, trabajar, no perjudicar a nadie y esperar el turno en la fila. Y como la fruta nunca cae lejos del árbol lo aprendimos y se lo transmitimos a nuestros hijos. ¿Qué duda existencial me ataca! ¿Habré hecho bien? ¿No hubiera sido mejor enseñarles que pasarse de la fila los beneficiaría y que además no les importaría nada? Ya es tarde para lagrimas, las únicas que tengo las uso para mi compañero de toda la vida, quien víctima de un severo ACV, con un ejército entrando a la casa para poder atenderlo, espera sentado en su silla de ruedas que alguien bien criado disponga que él, que la necesita como tantos otros en su condición, a que alguien se llegue, toque la puerta y sin ser amigo de nadie le diga “venimos a vacunarlo, a darle otra oportunidad”. ¿Quién rendirá cuentas de todas las vidas que se perdieron por “pasarse en la fila”? ¿Deberemos ser las próximas víctimas, deberemos ser un número en la estadística, o aún podremos confiar en que las autoridades que deben encargarse de esto hayan sido “bien criados”? Ojalá que alguno alguna vez renueve las esperanzas de una población desolada y casi abandonada.