La dura derrota en las Paso provocó, luego de una feroz pulseada entre el presidente y la vicepresidente, un cambio de gabinete. Algunos sostienen que se trata de un relanzamiento del gobierno. Otros, como Jorge Asís, creen que se trata del lanzamiento de un nuevo gobierno. Lo real y concreto es que Alberto Fernández terminó doblegándose a la voluntad de Cristina. También lo es que el gobierno dejó de ser el que era hasta el 12 de septiembre. En efecto, la designación del gobernador de Tucumán, Juan Manzur, no hace más que corroborarlo. Manzur demostró de inmediato que su rol será la de un verdadero primer ministro, a semejanza de Domingo Cavallo en 2001. Cuenta para ello con el apoyo de los gobernadores del PJ, los barones del conurbano y la cúpula de la CGT. Cuenta, pues, con la bendición del peronismo histórico o, para emplear una frase de los setenta, de la patria peronista. Con Manzur en la jefatura de Gabinete el peronismo ortodoxo se hizo cargo de la situación. Ello significa que, al menos hasta noviembre, el cristinismo se verá obligado a estar a la defensiva, a obedecer a un dirigente de mucho peso que, para colmo, mantiene fluidos contactos con Estados Unidos e Israel. No en vano Asís afirmó que “Menemcito” se había hecho cargo del gobierno. Otro dirigente de peso que ingresó al gabinete es Aníbal Fernández. Su objetivo no es otro que ser el vocero oficial del nuevo gobierno. Hoy el poder no está en manos de Alberto y ni siquiera de Cristina, sino en las de los gobernadores del PJ y los barones del conurbano, quienes se harán cargo de la campaña electoral en sus dominios. De aquí al 14 de noviembre asistiremos a un festival de demagogia y populismo. Lo que se avecina será para alquilar balcones.