Lo ocurrido con el presidente comunal de Gödeken, José Rossell, no puede pasar por alto. Desde que esta pandemia arrancó nos toca estar ahí, en el lugar de mayor contagio, de mayor tránsito, el de mayor exposición, llevando refuerzos alimenticios, medicamentos. Ahí estamos llamando a todos lados, conteniendo todas las angustias, empujando y alentando a los equipos del COE, de bomberos, de médicos, enfermeros, policías, de laburantes que no pueden laburar. De acompañar a los que sí pueden hacerlo pero con restricciones, de que no falten insumos, de pensar en los recursos económicos, de no paralizar las obras porque eso también genera trabajo. De que ningún compañero de lista abandone cuando se sumó a participar para ayudar a su pueblo. De pensar en que los abuelos no sufran, de que los niños no pierdan la risa, de que los profesores sigan bancando esta desconectada realidad. De cuidar a nuestra familia que está expuesta porque uno lo está, y todas las noches pone el posible contagio sobre la mesa familiar. De poner en stand by a los afectos que necesitamos, de que no falten camas, de escuchar el bombardeo mediático y los oportunistas, de escuchar funcionarios bien hablados que te dicen qué hacer desde un zoom. De pensar en los enfermos que para muchos son un número cuando en nuestros pueblos son un rostro, una familia, o un amigo. Todo esto es lo que pasa por nuestra cabeza una y mil veces por día. Pero le pasó a él, que seguro vivió todo esto que relato. Quizás él hizo todo y me consta de muchos pares que hacen muchísimo, pero se contagió y el corazón le dijo basta, ya no está más para toda esta tarea diaria que vivimos las autoridades locales de comunas o ciudades. Seguro aparecerán las muestras de solidaridad desde lejos, desde los despachos, desde las coronas, desde los llamados, pero sólo desde el día a día aparece esta reflexión, que es un humilde aporte que podemos hacer desde acá.