En 2000, es decir a sus 90 años, Ernesto Sábato publicó “La resistencia”. Revela ahí: “La degradación de los tribunales y el descreimiento en la Justicia provocan la sensación de que la democracia es un sistema incapaz de investigar y condenar a los culpables, como si resultara un caldo de cultivo favorable a la corrupción; cuando, en realidad, lo que ocurre es que en ningún otro sistema es posible denunciarla. No es que en otros no exista; hasta termina siendo más corrupta y degradante. El poder corrompe. Pero el poder absoluto corrompe absolutamente. Otro valor perdido es la vergüenza. ¿Han notado que la gente ya no tiene vergüenza y, entonces, sucede que entremezclados con gente de bien uno puede encontrar, con amplia sonrisa, a un sujeto acusado de las peores corrupciones, como si nada? En otro tiempo, su familia se hubiera enclaustrado; pero ahora todo es lo mismo”: página 58. Agregar algo sería infligir lo obvio.