Cada día, cuando con el café con leche, la pastilla para la presión, el calcio para los huesos, y encendemos la televisión con la esperanza de no escuchar ni ver lo de cada mañana: dos o tres –siempre más de uno– hombres jóvenes víctimas de disparos, dos o tres, o cinco balaceras a lo que sea. Encuentro la punta del ovillo, tiempo, deduzcan. Orgullosa memoricé “nos los representantes del Pueblo de la Nación Argentina reunidos en congreso general constituyente..., con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la Justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad…, decretamos esta Constitución para la Nación Argentina”. ¿Casi un siglo de tiempo de nuestras vidas, espacios?. A veces desde las ventanas, otras, andando por el paisaje –vivimos los aconteceres que armaron, desarmaron, rearmaron este país–. Creemos que la violencia, cualquier hora –día o noche– es la punta de un iceberg sostenido en aguas inquietas por múltiples causas socioeconómicas y culturales, y demás. Es una situación compleja, multicausal, y las soluciones sólo pueden ser complejas y multidisciplinarias. En diferentes tiempos y espacios aprendimos: es difícil enlazar principios –poder-intereses–. Las consecuencias de los límites que dejan a unos encerrados afuera y a otros adentro. El análisis de las respuestas a la violencia: miedo, agresión, huida. Algunos ya no podemos huir. Sabemos que la agresión deja muy adentro heridas difíciles de curar. Sí, tenemos miedo por nuestros hijos y nietos. Estas palabras piden ser un grito, son un pedido de respuesta a la pregunta.