La conquista de la intimidad está en permanente tensión con los logros colectivos, es ese puente donde debería trascender aquello que da sentido a la existencia individual hacia estructuras sociales, que tendrían que mejorar la convivencia cotidiana de las personas, además de optimizar los comportamientos grupales en las sociedades actuales. El riesgo siempre presente en ese camino es la institucionalización que paraliza en su lentitud burocrática aquello que surge íntimo con una fuerza sublime y reveladora. Aquí el proceso siempre se ve contaminado por obsesiones e intereses personales por sobre los planes surgidos de esa intimidad no invadida ni atada a ningún prejuicio, donde los latidos de ideas y creencias imperecederas se ven entorpecidos por los vaivenes de una sociedad arrolladora e inestable. Generar y participar en instintivos espacios comunitarios es el gran desafío que se nos presenta, para pensarse, inspeccionarnos frente al otro, crear consignas que presenten alternativas validas y profundas ante los discursos actuales de conformismo, aceptación y colaboración, obviando el verdadero espíritu de confrontación que produce cambios vitales, poéticos y hondos. Si no somos capaces de organizarnos para desestabilizar lo que se presenta como una existencia monótona, tendremos que seguir aguardando en nuestras cavernas íntimas del conocimiento, donde avanzaremos intelectualmente en el crecimiento continuo de descifrar el mundo que nos circunda, para transformarlo en un espacio de igualdad poética.