Los que transitamos 70 años de vida, hemos vivido y escuchado hasta el cansancio la idea de que para controlar y bajar la inflación es necesario controlar los precios. Vemos y escuchamos a diario, eternas discusiones entre funcionarios para contener una inflación galopante. La historia, en nuestro país, nos muestra claramente lo inútil de ese procedimiento, pero parece que seguiremos insistiendo sobre ese error. Por estos días escuchamos a la señora secretaria de Comercio Interior, muy suelta de cuerpo y demostrando su bajo conocimiento sobre el cargo que ocupa, decir que la causa principal de la inflación en la Argentina es la importante suba de los precios internacionales de los productos alimenticios que exporta el país. Vería con agrado, que la señora nos explique, de acuerdo a su óptica, por qué motivo Brasil, Estados Unidos, Australia, Canadá, Paraguay y otros, que son grandes exportadores de granos y carnes, no tienen inflación. Como si esto fuera poco, esta misma funcionaria dijo días atrás que no le temblaría el pulso para firmar un posible cierre de las exportaciones de carnes, un absurdo total. Tan es así que sus declaraciones fueron objetadas por algunos colegas del gabinete nacional. El mundo hace décadas que superó el tema de la inflación, salvo un puñado de países, entre ellos nosotros, fruto de un manejo responsable e inteligente de las cuentas fiscales, del manejo del empleo público, de la optimización del gasto, de la mano del trabajo y la inversión, aprobando presupuestos sensatos, razonables e inteligentes. En contra de lo que sucedió este año, con el actual, donde se aprobó un porcentaje mucho mayor para el Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad, en relación a los ministerios de Salud, Educación, Ciencia y Tecnología, y Seguridad, otro absurdo total. Y así estamos, viendo sorprendidos cómo sobran dólares y euros en este mundo globalizado y pandémico, pero ninguno aterriza en Ezeiza.