Los argentinos somos espectadores constantes de prácticas políticas en pos de lograr el apoyo de la masa popular. Cada día entendemos menos cuál es el camino a seguir en el futuro próximo. El discurso empleado por la clase política, desde ya manipulado, recurre a estrategias validándolas con un propósito: acercar a lo que ansiamos o procuramos con urgencia. Lo ideológico es impuesto, a pesar de la resistencia de una enorme población que piensa diferente. Las medidas gubernamentales tomadas se alejan, en gran parte, de una lógica contextual. En algunos casos ellas complacen a gente desesperada por circunstancias económicas. Pareciera que crean deslumbramiento, o bien conducen a preguntas: ¿cómo ahora y no antes? En ciertas oportunidades reaccionamos, sin respuestas: ¿Adónde estamos ubicados en el mundo? ¿Por qué huyen los jóvenes hacia otros lugares? Es justa la palabra huir, y huyen de la inseguridad y de un mañana pobre. Generacionalmente nos cuesta comprender esa huida. Sin embargo, creemos que el destino se busca en otro espacio que ofrece un reconocimiento a la persona. En un mundo tan globalizado se ha perdido la identificación con el espacio que los vio nacer. En este marco, ¿qué harán los llamados, por nosotros, aceptadores pasivos, que miran pasar la vida soportándola, tal vez sobreviviéndola? Panorama incierto. Los que creemos en la democracia tenemos un as en la manga. Traducido, la salvación siempre existe en este sistema político: el voto.