Hace ya más de cinco años que vengo solicitando una rampa para seguir viviendo ya que no puedo bajar con mi silla motorizada de ruedas porque hay muchos desniveles y mis brazos no me permiten levantarla como me solicita la gente del Consejo de Administración del edificio donde vivo. Yo, con 80 años, no quiero dejar de ayudar a los abuelos en los geriátricos y a los niños en los hospitales mientras hacen quimioterapia porque como fundadora de “Abuelos Sustitutos” no sería un buen ejemplo. Me retuve en escribir para informar el estado del tema porque esperaba el resultado del doctor Vildor Garavelli (presidente de Discapacidad) que tomó el tema e intimó con planos y escritos a los vecinos del edificio, demostrándoles que están equivocados al negarse a cumplir con la disposición emanada de los que fiscalizaron el tema. Hasta tuve que escuchar que se me haría una demanda judicial por mencionar la dirección donde está ocurriendo este caprichoso e indolente tema. Ya estoy cansada con la soberbia con la que se me trata, como si yo no pagara mis expensas o hubiera pedido alguna otra cosa impagable por el edificio (cosa que ocurrió de adaptar una escalera pero se les ocurrió poner un montacargas carísimo, y que yo soy la culpable). Cuando uno es indolente ante el dolor o sufrimiento del otro no deben saber que no están exentos a nada. Estamos todos en el mismo “bolillero”. Dios tiene la última palabra y yo seguiré esperando mi rampa en mi domicilio de calle 9 de Julio 79. No echen la culpa a quienes se niegan sino a mí, que se me “ocurrió” no volver a caminar.