En 1869 comenzó la brillante historia de los trasplantes de órganos con los primeros injertos de piel, y luego de experimentar en animales se logró el primer trasplante de córnea en 1906. Se demostró que un órgano podía subsistir separado del cuerpo original, condición fundamental para un trasplante, pero hubo que superar el capítulo de la “anastomosis”, que es el restablecimiento de la circulación para lo que hay que unir los vasos sanguíneos. En ese sentido, el médico francés Alexis Carrel perfeccionó una técnica de sutura de vasos con hilos de sedas de la región francesa de Alsacia con la que obtuvo el premio Nobel en 1912. Pero había que resolver el rechazo de un cuerpo al recibir un órgano que no era compatible. La solución apareció en los años 70 con la valiosa creación de las drogas inmunosupresoras. La “ciclosporina” es la droga inmunosupresora por excelencia, cuyo efecto fue descubierto en 1972 en un laboratorio de la ciudad suiza de Basilea. Con tales auxiliares los trasplantes comenzaron a realizarse exitosamente en todo el mundo. Y en la noche del 4 de mayo del presente año, fue Pablito y su familia quienes tuvieron que conocer por propia experiencia todo el proceso de un trasplante de órganos. Es que el niño de ocho años sufrió un inesperado cuadro de hepatitis de origen desconocido cuya resolución demandaba un trasplante. El destino que lo puso en esa situación vino en su ayuda y así apareció un donante pampeano: un joven de 18 años que falleció en un accidente vial. Por ello Pablito pudo ser sometido a una compleja operación que se prolongó durante ocho horas en el Sanatorio de Niños. Hoy, tras haber sido dado de alta el 20 de mayo, Pablito se recupera siguiendo las recomendaciones impartidas y podrá disfrutar el resto de su vida como una persona absolutamente normal, gracias a la solidaridad de una familia pampeana y al cariño y capacidad que una vez más puso de manifiesto la ciencia médica de Rosario.