Caminaba erguido como un “roble”, pendenciero con los foráneos y protector de sus vecinos. Se hacía llamar “El Chori”. Su casa era la coqueta y amplia esquina de Córdoba y bulevar Oroño. Su cama, un asiento de cemento con un ficus de techo. Su tonada inconfundible lo trasladaba a algún pueblito de Córdoba.
En una charla con él me contó que nació en La Calera, en un hogar muy humilde, donde desde muy pequeño tuvo que trabajar cargando camiones con bolsas de cal.
Se desconoce el porqué de su arribo a Rosario. Un desengaño amoroso sería la versión más fuerte. Tal vez. No lo sé. Tampoco importa.
Pero años transitando nuestras calles hizo que se sintiera un rosarino más, a tal punto, de hacerse “fan del Canalla”.
Si como dicen “rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita”, podría conjeturar que “El Chori” era millonario. Vivió como quería, murió como pudo. Y con eso fue feliz.
Pero, ¿cuál era el verdadero Chori?, ¿el de apenas despierto baldeando las veredas, saludando cordialmente a las chicas del Parque? ¿El del mediodía, donde un temblor incesante en sus manos, delataba su abstinencia de “chapitas”?, ¿o el de entrada la noche, cuando estaba en reposo, cuando se sacaba el traje de Chori para ser el del documento (por respeto me guardo su nombre)?
Pocos tuvieron el privilegio de compartir esos momentos. Si lograbas obtener su confianza, muchas veces llegaba a emocionarse hasta las lágrimas recordando su familia o su Córdoba querida.
Pueden decirme que soy un embustero, pueden decir que soy un delirante, yo les puedo asegurar que “los robles también lloran”. Descansa en paz Chori.
Gustavo Pignani
DNI 18.112.932