Muchas veces me pregunto qué significa ser una “persona mayor”. Mi inquietud solo va encontrando respuestas con el paso del tiempo. Simplificando les cuento a los más jóvenes que es como una caja de Pandora que día a día nos muestra algo nuevo. Y ese “algo nuevo o distinto”, no siempre es agradable. Dolores de caderas, piernas, cervicales, malestares, enfermedades, caminar cansino, visión disminuida, arrugas, caída de cabello, entre otras cosas, se suman en procesión continua de la mano de las alegrías que proporcionan los logros de los hijos, los nietos, su evolución, el amor que nos brindan. Y la libertad. La libertad de hacer quienes podemos, aquello que se nos “da la gana”. Aquello que postergamos en pos de la lucha cotidiana, durante una larga vida laboral. Más en una sociedad como la nuestra, donde el viejo en muchas situaciones aparece como “descartable”, un negro día nos encontramos de cara a una pandemia que amenaza y destruye. ¿Y cómo proceden con nosotros ante esta realidad? Cuidándonos. Primero nos indican que nos aislemos en nuestros hogares para evitar el contagio, luego, cuando aparecen las vacunas nos citan en primer lugar prácticamente junto a las personas esenciales y cuando concurrimos a vacunarnos la sorpresa es tremenda. Porque nos tratan con tanto respeto, devoción, dedicación y profesionalismo que nos hacen sentir que quizás la sociedad está aprendiendo. Demuestran interés en nuestra salud, no quieren que nos enfermemos y que transitemos de la mejor manera los últimos peldaños que nos restan. Y uno se retira del lugar de vacunación con un carné que simboliza mucho más que la aplicación de una vacuna, simboliza la esperanza, que como recordarán estaba escondida en el fondo de la caja de Pandora.