Recuerdo que tiempo atrás un licenciado que comentaba la actualidad expresó, quizás con palabras más sutiles, que "no conviene eliminar la pobreza porque los humildes se precisan para los trabajos duros". El hombre posiblemente tenía el razonamiento congelado en el tiempo (veía a los trabajadores como los esclavos que construyeron las pirámides), creía en la servidumbre como fatalidad y aceptaba como normales los últimos datos del Indec (28 por ciento de pobreza y 6 por ciento de indigencia). Argentina tiene una conocida historia de tales creencias (o ignorancias) aunque hoy ya no se discute ni en la escuela de Chicago que la exclusión y marginalidad son por inequidad distributiva. A las víctimas de estos procesos se los suele llamar humildes pero se los acusa de ser la única fuente del delito omitiendo explicar por qué no han tenido igualdad de oportunidades, nutrición infantil básica, vivienda digna, sanidad primaria y educación elemental; se los discrimina con rótulos execrables y peyorativos tales como "clase baja", "villeros", "clientes del populismo barato" o "esas chinitas que se embarazan para cobrar subsidios". Denigran a los humildes los que viven en un frasco cerrado y creyéndose elegidos terminan siendo funcionales (y a la larga, víctimas) de los poderes súper concentrados. Desprecian a los pobres pero al mismo tiempo los necesitan cuando las tareas no son muy gratas o se avecinan elecciones. Como sabemos hay otra acepción de la palabra humilde, es cuando define a quienes no hacen ostentación de méritos, trabajan en el anonimato o tienen la virtud de reconocer sus equivocaciones con la debida autocrítica. Para ejercer la humildad en este sentido deberá descartarse la idea de que alguien es más capaz porque el destino o "la suerte quiso". Si trasladamos este concepto a funcionarios o dirigentes de cualquier tipo, vemos que entre ellos la humildad no abunda, es difícil encontrar en este grupo a alguien que diga "me equivoqué" o pida perdón por errores cometidos. No reconocer que se ha participado en un modelo de gestión perverso ha sido causa de miserias, costosos fracasos y también de reacciones violentas que nadie desea. Creo que la República Argentina necesita dirigentes con sabiduría pero que reconozcan sus limitaciones cuando pretendan seguir actuando públicamente. No es hacer apología de la pobreza, pero existen ejemplos de quienes han dado hasta la vida por la causa de los que menos tienen, lo han hecho con humildad y coraje, a estos los seguimos precisando. A los otros humildes también los precisamos pero no como víctimas de un sistema o como clientes de la demagogia sino como integrantes de una sociedad más justa.