El poeta cómico Publio Terencio sentenció dos siglos antes de Cristo: "La vejez en sí misma es una enfermedad incurable". Ergo, los mayores portamos un cáncer cuyo destino es conocido. Yo acepto que nuestra vida tendrá fin, pero me rebelo frente al recorrido final. El exitoso empresario americano Joe Apfelbaum dijo lo suyo: "Muchos mayores tenemos el dinero que siempre soñamos pero aún permanecemos infelices e insatisfechos, insistiendo en comprar algo imposible que se llama vida". Reitero que trabajemos sobre cuerpo, mente y alma: no comeremos lo que nos gusta, no veremos lo que deseamos ver ni soñaremos con supuestos o imposibles. Si dejamos caer el cuerpo impedirá nuestro movimiento, seremos perezosos y derrotados. Hay que alimentarlo sanamente, proporcionarle mucha agua y ejercitarlo. La mente es un músculo permanentemente útil y es el órgano más poderoso del cuerpo. Esa mente decide cuando tienes dolor, cuando sientes placer, cuánto colaborará para tu felicidad y tu ira. Debes penetrar la porción inconsciente de la mente para modificar pensamientos, controlar las emociones y agradecer diariamente al momento en que abres los ojos. Por último, adueñarte de tu alma significará manejar tus valores, tu moral y tu ética en cualquier momento diario si te enfrentas a un robo, un negocio, un problema o algo importante. Sé que estas propuestas resultarán onerosas para quienes vivimos de recuerdos y no de proyectos. Sé que la mayor parte de nuestra atención personal se centra en el avance de imaginarias dolencias. Sé que resultamos involuntarias cargas para la familia por nuestra lentitud física o desconocimiento de las actuales prácticas de vida. Mentalicemos situaciones positivas, aprovechemos experiencia, sabiduría, para retardar la incurabilidad que nos pronosticó Terencio miles de años atrás.