El 2 de abril de 1982 un comando militar argentino reconquistó las Islas Malvinas, usurpadas por el imperio británico en 1833. El júbilo que se apoderó del pueblo fue indescriptible. En la Plaza de Mayo, un exultante Leopoldo Galtieri, exclamó desde el balcón que si los ingleses apostaban por la guerra las tropas argentinas estaban dispuestas a presentar batalla. Fracasada la mediación Alexander Haig, el 1º de mayo las tropas inglesas atacaron las islas. El 14 de junio se produjo lo inevitable, la bronca, la impotencia y la desazón. Galtieri se fue del gobierno y los soldados regresaron al país en las sombras. La dura derrota en el campo de batalla obligó al partido militar a negociar con la clase política la transición a la democracia. Y aquí conviene tener memoria. El pueblo no recuperó la democracia por mérito propio sino porque nuestras tropas fueron vencidas por los ingleses. La democracia iniciada en 1983 le debe todo a la tragedia de Malvinas, al martirio de jóvenes que fueron enviados al matadero mientras la inmensa mayoría del pueblo sólo tenía en mente el Mundial de fútbol que muy pronto comenzaría en España.