Cuarenta grados de temperatura y 43 de sensación térmica. Las chapas del tinglado son una coraza apretada y ardiente que destila un vaho de denso sopor hacia el interior del pabellón. Un ventilador vetusto agita el aire enrarecido por el nauseabundo olor que proviene de la cámara séptica. Dentro, en las jaulas del Imusa, veintiséis perros agobiados buscan desfallecientes algo o alguien que se compadezca de su suplicio. Con cuarenta y dos grados el Imusa es una trampa mortal para perros y gatos. La Intendencia, la Secretaría de Salud Pública y la Dirección del instituto comparten la responsabilidad por el daño evitable infringido a animales indefensos y vulnerables. Desde una repartición municipal, los cautivos son objetos de actos de maltrato y crueldad a consecuencia del encierro en un sitio que no reúne las condiciones mínimas imprescindibles para alojar a seres vivos conscientes que sienten y padecen. Discriminados y marginales, los mantienen como rehenes necesarios para preservar la supervivencia de un lugar con oscura historia y con un presente de total abandono y dejadez. Son animales en peligro. Su salud e incluso su vida dependen de la decisión de trasladarlos al Centro de Adopción Municipal rotulados como “en guarda judicial”, “en tratamiento “o “traídos por la policía comunitaria”, lo cierto es que son perros y gatos que merecen vivir sin sufrir padecimientos prevenibles y evitables. Todas las caracterizaciones burocráticas son sólo formas estériles de alargar la espera y la angustia de seres que ya no soportan más. Exigimos a las autoridades municipales que obren conforme a las ordenanzas y decretos vigentes, y respeten la sentencia firme de la Justicia que, si mal no recuerdo, le exigía el cumplimiento estricto de las normas municipales que incluían una guardería transitoria para animales domésticos con 250 caniles. El tiempo de las demoras exprofeso se acabó. Hay vidas en juego y eso no admite dilaciones. El sufrimiento de nuestros animales apremia.