Reflexionaré en relación al caso del joven que habiendo sido asaltado a mano armada por dos motochorros, los persigue en su vehículo, los embiste y los mata. No quiero llevar mis comentarios por el terreno jurídico, que desconozco. Mi primer pensamiento es que este hecho, en el marco actual de nuestra ciudad agobiada por el delito, trasciende la letra fría de la ley y merece una consideración distinta. Formé parte de la marcha. En esa marcha se abogaba por algo puntual: la liberación del imputado. Imputado al que imaginamos con la cara de nuestros hijos o nuestra propia cara, recordando aquella lúcida vez que no pusimos primera y nos quedamos golpeando el volante al ritmo de 200 pulsaciones. En la marcha, los periodistas tuvieron su banquete. Como respuestas escuché reflexiones ahogadas de hartazgo, de impotencia, de relatos en primera persona. Reclamos de seguridad que hoy por hoy son gritos en el desierto. ¿Quiénes son el desierto? El desierto somos todos, el abanico de actores sociales que van desde los políticos encargados de cuidarnos, hasta aquel ciudadano que vive encerrado y que inerte ve la marcha en su televisor resignado a que todo empeorará. Son tantas las marchas que piden seguridad que ya no generan impacto. Al día siguiente los políticos vernáculos sortean la indagatoria periodística con la retórica innata de su profesión, renovando promesas y anunciando la incorporación de nuevos patrulleros. Ningún canal de televisión se animaría a hacer un compilado de las calcadas respuestas de un ministro dadas en sucesivos casos de inseguridad. ¿Dónde está la punta del ovillo para bajar un poco el índice de delincuencia en nuestra ciudad y en nuestro país? No esperamos que nadie dé la solución de un día para el otro. No estoy en ninguna parte de la grieta, ambas me dan asco; pero advierto que la solución siempre debe ser política. Lamentablemente, la mayor parte de nuestra dirigencia política ocupa su tiempo -y nuestros recursos- en fortalecer su espacio de poder y atender sus intereses mezquinos, antes que abocarse a solucionar los problemas de la gente. Sin ninguna duda la inseguridad disminuirá cuando sostenidos en el tiempo haya más trabajo y más educación. ¿Cómo hacer frente hoy a los que nos roban, nos abusan y nos matan diariamente, mientras que los que deben cuidarnos hacen efectivamente poco y nada? La respuesta no es pasarlos por arriba con el auto pero tampoco la sumisión absoluta a los vejámenes que nos impone la delincuencia actual. En el ajedrez social el ciudadano de bien debe acatar todas las reglas del juego y sostener con sus impuestos la partida; mientras que los delincuentes imponen ellos reglas de terror, se mofan de las normas morales y finalmente exigen que no se los trate bajo las mismas reglas que ellos brutalmente imponen. Señor juez, que entiende en esta causa, arbitre los medios para resguardar la seguridad de la familia del imputado como si fuera la familia del gobernador. Deje en libertad a esta víctima de nuestros tiempos, que bastante tuvo y tendrá con lo sucedido. Nadie a usted le va a reclamar nada y le dará una muestra a la sociedad que la Justicia no son sólo leyes y papeles.