Hace 40 años asistí al colegio San José, donde antes que el conocimiento (que era muy importante), estaba la disciplina como valor prioritario. Es en éste marco donde mi historia toma relevancia. Cursábamos en 4º año una materia (máquinas eléctricas) dictada por un mediocre profesor. El temario de la evaluación no había sido comprendido por nadie en el curso. Se venía encima la fecha de la evaluación, para evitar un aplazo masivo intentamos abortar la actividad. Para eso recurrimos a la figura del “mediador” representada por nuestro compañero Santiago, que al mejor estilo del cardenal Samoré, intentaría persuadir al docente. La petición al profesor fue sencilla: se repite la explicación del temario de la prueba y postergación de la fecha de la misma. La respuesta del docente fue tajante: “de ninguna manera”. Las cartas estaban echadas. Sin embargo, no sé ni quién, ni cómo, se lanzó una idea delirante, casi de imposible concreción por lo difícil de lograr, la unanimidad de las voluntades. Además, la decisión adoptada traería consecuencias difíciles de estimar. La idea consistía en que todo el curso no asistiera al colegio el día de la prueba. Es decir que en la formación de todos los cursos que se hacía en el patio, 4º B estaría ausente. Y así fue, el asombro fue generalizado (según me contó mi hermano que cursaba un año más que yo). Era obvio que la autoridad mayor tomaría rápidamente medidas disciplinarias: 15 amonestaciones colectivas, citación con lavada de cabezas a cada uno de los padres y suspensión del campamento a la isla. Pero a pesar de las sanciones, la prueba se postergó. Rebeldía 1. La cofradía de delantales azulinos quedó hecha jirones, pero orgullosos de la medida tomada. Recuerdo que ante otra injusticia adoptamos otra medida. Una jornada al mes teníamos misa individual, es decir, por curso, que se celebraba en la pequeña cripta del fondo de la iglesia. El clima estaba enrarecido y un hecho me lo confirmó. Una proclama indiscutible como una encíclica papal y creada vaya a saber por quien, llegó al oído de todos: “hoy nadie comulga”. Nuevamente les pido que sus análisis lo hagan dentro del contexto de un colegio ultraconservador. El sacerdote dio comienzo con la ceremonia de la misa. Pasaron la lectura de los Evangelios, las ofrendas, llegando a la consagración eucarística. Es este el momento donde el cura se acerca a sus feligreses (nosotros) para ofrendar el pan (las hostias) y el vino. Pasó un minuto, dos minutos, cinco minutos, no sé cuántos más, hasta que el cura se dio cuenta de nuestra actitud. Y tal desprecio tenía el peso de una herejía. El protocolo exige que el sacerdote debe comer todas las hostias restantes, y como aquí nadie comulgo, un rato largo se la pasó masticando. Sublime. Vaya paradoja, que el sacerdote mensajero de Dios tenía los ojos llenos de ira, mientras que sus ovejas descarriadas gozaban de la paz de la labor cumplida. No sé si fue el Espíritu Santo, o tal vez una conciencia manchada, el tema es que la decisión que tan injusta consideramos fue revocada. Rebeldía 2. Desde el retorno a la democracia, pasamos por todo tipo de gobiernos. Con ninguno le fue bien al país, es más podría asegurar que el bienestar que en antaño tuvimos, hoy se ve severamente disminuido. A pesar de esto, nuestro pueblo tibio, timorato y sumiso casi nunca se ha animado a salir a la calle para “pelear pacíficamente” por sus derechos. ¿Será el momento de que aquella rebeldía que tuvimos a los 15 años vuelva a aparecer? Ojalá, pero no por nosotros, sino por nuestros hijos que merecen un país mejor.