En el atardecer del 20 de diciembre de 2001 un abatido Fernando de la Rúa presentó su renuncia. Luego se introdujo en el helicóptero que lo esperaba en la terraza de la Casa Rosada y partió. Atrás quedaron dos años dramáticos, signados por la inoperancia y la desidia. De la Rúa había asumido con un fuerte respaldo popular. Había prometido respetar la convertibilidad y moralizar la política. Muy pronto su credibilidad estalló por los aires. El escándalo de “la Banelco” provocó la renuncia del vicepresidente Chacho Alvarez. Al poco tiempo el presidente designó como ministro de Economía a Domingo Cavallo. La Alianza había dejado de existir. En octubre de 2001 el gobierno sufrió una durísima derrota en las urnas. Era evidente que la gobernabilidad estaba en riesgo. Para colmo, el FMI le había bajado el pulgar. La gravísima situación económica obligó a Cavallo a confiscar los ahorros que millones de argentinos tenían depositados en los bancos. Esa dramática medida enfureció a los damnificados quienes se lanzaron con furia contra las entidades bancarias. El 19 de diciembre comenzaron los saqueos en la provincia de Buenos Aires y la Plaza de Mayo se cubrió de enardecidos ciudadanos que hacían sonar las cacerolas. El 20 la histórica plaza se transformó en un campo de batalla entre manifestantes y policías. Lamentablemente, hubo víctimas fatales en varios puntos del país. Al no convencer al peronismo de ayudarlo a constituir un gobierno de unidad nacional, De la Rúa dijo “basta”. Luego de diez dramáticos días la Asamblea Legislativa designó presidente a Eduardo Duhalde con la misión de terminar el mandato del presidente renunciante. Nadie imaginó en ese momento que se estaba asistiendo a la génesis del kirchnerismo.