El reciente fallo de la Justicia que sobreseyó a la vicepresidente de la Nación y a sus hijos sacó a relucir, una vez más, la delicada cuestión de la independencia de los jueces. ¿Son independientes los jueces? La respuesta es obvia. Los jueces no son independientes fundamentalmente porque le deben su designación a la clase política. Para ser juez en la Argentina hay que tener contactos con miembros de esa clase. No importa si el candidato a juez sacó “sobresaliente” en el examen escrito y sus antecedentes académicos son excelentes. Si no tiene “amigos” políticos, jamás logrará ser nombrado juez. Ello significa que ser nombrado juez en nuestro país es resultado de la voluntad de la clase política. Lo único que evalúa en el momento de la elección de los jueces es si son funcionales, si son útiles, si, en definitiva, son proclives a “aceptar” sus sugerencias. Ello explica, por ejemplo, que un mediocre abogado como Julio Nazareno haya llegado a ocupar la Presidencia de la Corte y el mejor constitucionalista argentino de la historia, Germán Bidart Campos, jamás llegará a formar parte del más importante tribunal de garantías constitucionales. Sucede que Nazareno era “amigo” de Carlos Menem y Bidart Campos nunca fue funcional a la clase política. La clase política necesita imperiosamente contar con un Poder Judicial dócil, genuflexo, servil. Necesita imperiosamente contar con jueces que le cubran su espalda, que se hagan los distraídos frente a flagrantes actos de corrupción. Necesita imperiosamente contar con jueces que piensen exclusivamente en cobrar a fin de mes un suculento sueldo. Necesita contar imperiosamente con jueces incapaces de ejercer su función con decoro. Necesita contar con jueces que hagan un culto de la obediencia debida. Necesita contar con jueces que sean sus lacayos, en suma. La pregunta que cabe formular, entonces, es la siguiente: los elegidos por la clase política para ser jueces ¿lo son realmente?