Habitualmente, quienes hemos analizado la historia de las naciones, las características de sus gobiernos y sus condiciones sociales, obtenemos a través de ello un panorama objetivo de sus posibilidades de inserción en el incierto y desafiante mundo del futuro. El conocimiento cabal de las teorías económicas y de las posibilidades de progreso de las sociedades se compadece con un análisis intelectual (no sensitivo) de la realidad comparada. En diversos momentos de la historia, han surgido sistemas organizativos consignados como doctrinas. Esas doctrinas, esencialmente populistas, irrumpieron en el mundo, caracterizadas por incorporar en el imaginario de los pueblos a los que estaban destinadas, un elemento tan contundente como pernicioso; el reemplazo de la razón por la emotividad. Así es como se habla de doctrinas extremas, tanto de derecha como de izquierda. La revolución de octubre instaló una doctrina. Otro tanto hicieron los supremasistas de los años 30 en varios países europeos. Un poco a la zaga de las ideas, en los cuarenta y pico nos vino de arriba "la doctrina justicialista". Nunca se había hablado en el mundo civilizado de doctrina liberal, de doctrina capitalista o de doctrina colonialista. Hay teorías liberales, sistemas capitalistas y políticas colonialistas. Toda una terminología más unida a la razón que a la mística religiosa. Indudablemente, la doctrina embarca al ser humano en una corriente de espasmo supraexistencial que le hace perder el sentido de la realidad. La persistencia en el error es inevitable, ya que apartarse de la doctrina, significa la apostasía irredimible. Los pueblos que adoptaron sistemas sociales de ese tipo, terminaron evolucionando hacia la realidad (China, Rusia) o sucumbiendo (la Alemania nazi, tal vez Venezuela). Otros siguen sumergidos en las limitaciones que sus sistemas teólogo-políticos les imponen, con cánones estrictos de subordinación a ideas superadas por el mundo occidental. La historia pone a nuestra disposición la trayectoria bienaventurada o no de las sociedades; la doctrina agiganta oportunamente lo patético de las revoluciones y descarta políticamente el fracaso de los errores insalvables de la humanidad. Algunos leen historia y otros leen doctrina. La doctrina inevitablemente adoctrina, pero la historia enseña. Podrá decirse que "la historia la escriben los que ganan", pero a menudo la doctrina la dicta el resentimiento de los perdedores.
¿Cómo pueden votar a candidatos que saquearon la Nación durante doce años? ¿Cómo pueden votar candidatos procesados penalmente por delitos graves contra la administración pública? ¿Cómo pueden votar candidatos que rifaron las reservas de energía y financiera de la Nación dejándola exhausta? ¿Cómo pueden votar candidatos que mintieron con las estadísticas públicas e inflación durante doce años? ¿Cómo pueden votar candidatos que escrachaban opositores con programas y propagada propia? ¿Cómo pueden votar a quienes pactaron con terroristas? ¿Cómo pueden votar a candidatos que permitieron que se robaran dineros públicos y no se construyeran o terminaran obras? ¿Cómo pueden votar a quienes nada hicieron durante doce años para mejorar la educación, hundiéndonos entre los peores países del planeta? ¿Cómo pueden votar a candidatos que ya gobernaron y empobrecieron el país por décadas? ¿Cómo pueden votar a quienes siendo gobierno nunca persiguieron las mafias sindicales y el narcotráfico? ¿Cuál es la fantasía que tiene a un porcentaje importante de la población hipnotizada frente a tamañas atrocidades y destrucción cívica y moral?
Como en "La odisea de los giles"
Hechos: el 3 de diciembre de 2001, un decreto inspirado por Domingo Cavallo estableció severas restricciones al retiro de efectivo (lo que luego aprenderíamos a llamar "el físico") de las cuentas bancarias. Esto tuvo consecuencias negativas, pero los titulares de las cuentas no sufrieron ninguna pérdida de sus ahorros. Se podían realizar compras de bienes e inmuebles con tarjetas de crédito, débito o mediante transferencias bancarias. El 3 de febrero de 2002, el equipo económico liderado por Remes Lenikov, e integrado, entre otros, por De Mendiguren (que hoy está con Lavagna), gestó la pesificación asimétrica de las deudas y los depósitos bancarios, devaluando los depósitos en pesos de los ahorristas, y transfiriendo riqueza de quienes habían ahorrado a quienes habían gastado anticipadamente (deudores), y licuando el pasivo de grandes bancos y empresas (ese despojo fue convalidado por la que se conocería como la "Corte independiente", varios de cuyos miembros: Heighton de Nolasco, Lorenzetti y Zaffaroni, fueron nombrados por Nechtor Kirchner). A mediados de 2002, gracias al impulso de la economía china, el precio de la soja pasó de u$s 150 a más de u$s 400, y entonces llegó el aumento de las retenciones, de manos de Martín Lousteau. Pero esa es otra película.
Para seguir creciendo
En Argentina ya cambió el esquema moral y eso no permite el retroceso. El entramado cultural hacía creer en el mito peronista como religión, y así el peronismo siempre resurgía por los golpes militares y por la pertinaz insistencia en mostrarse como víctima. Pero hoy no hay más golpes militares y el desastre cleptócrata y fascista está ahí, al alcance de la memoria y eso pesa mucho en la conciencia y en la moral. Que haya gente inmoral en un país no hace al país, a una sociedad. Son resabios de una cultura a la que le cuesta desaparecer, pero es el camino irreversible. A la inversa, esa inmoralidad, nos acerca a valorar lo otro, lo opuesto, la moral y la inteligencia. Somos hoy, somos esto y el pasado es doloroso, inmoral, obsceno e irracional. Pero el poder vislumbrar el resurgimiento de la moral como meta social, junto a los sentimientos racionales nos ayuda como sociedad a enterrar ese pasado que se resiste. Volver atrás sería contradecir toda la historia de la humanidad, y eso no es posible, estamos acá y sólo nos queda seguir creciendo.
Un menseje contundente
El pueblo acaba de enviar un contundente mensaje al presidente de la Nación. Le acaba de manifestar su visceral rechazo por una política económica que atenta contra los derechos humanos. Si fuéramos un país normal el presidente se hubiera hecho eco del mensaje reconociendo su legitimidad. Pero como no lo somos, el primer mandatario tuvo una reacción impropia para su investidura. El domingo a la noche no tuvo mejor idea que ordenarnos a todos que nos fuéramos a dormir cuando no se sabía el resultado de la elección. Al día siguiente protagonizó un verdadero papelón en la conferencia de prensa al culpar de la feroz devaluación que estaba teniendo lugar a la decisión del pueblo de votar a Alberto Fernández. "Votar por el kirchnerismo es volver a un pasado ominoso que destruyó al país. ¿Vieron lo que sucede (en alusión a la devaluación) cuando se opta por el kirchnerismo?, enfatizó. Cuarenta y ocho horas más tarde pidió disculpas y lanzó un paquete de medidas económicas que no convencieron a nadie. Quiera Dios que con el paso de los días el presidente se tranquilice y acepte el reciente veredicto de la soberanía popular. La paz social está en juego.
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