Nunca más que ahora, circunstancias sociales mediante, debemos aprender o intentar mejorar al hablar y comunicarnos, para favorecer nuestras relaciones y mantener una actitud positiva reflejada en nuestra manera de expresarnos, pues de cierta forma esto contagia de vida y buena energía a los que nos rodean. Algo cansados y hartos de tanta ignominia y tiroteo verbal y escrito, cuando escuchamos a una persona hablando todo el tiempo mal de los demás diciendo o prediciendo catástrofes. Expresando que la vida no tiene sentido, ni futuro, nos desborda la saludable intención de alejarnos de ella inmediatamente. Pero si además vemos que sus cosas no le salen, que generalmente miente o fabula, producto más de conflictos intrapersonales que de un pensamiento crítico, percibimos además una energía negativa de la cual no queremos contagiarnos. Esta realidad distorsionada acaba originando una serie de pensamientos que no aportan beneficios, y que nos acaba alejando de la realidad. Son pensamientos denominados disfuncionales, resultado o producto de un procesamiento distorsionado de la realidad. Ciertos discursos o escritos de estilo caótico tienen en sí mismos una explicación propia y es que psicológicamente atraemos todo lo que decretamos. Decretar es hablar en voz alta, ordenarle a Dios y al universo que hagan cosas por nosotros y que siendo estas positivas o negativas, el universo conspirará para hacerlas realidad. La utilización diaria de palabras con alto voltaje negativo como: odio, asustado, asco, desprecio, envidia, vergüenza, enfado, preocupado, miedo o alertado, rebasan negativamente la tonta percepción que se persigue. Contrariamente alegre, feliz, enérgico, animado, activo, ilusionado, orgulloso o reír son algunos ejemplos de palabras con carga auditivamente positiva de provechosa activación, frente a otras negativas de alta repulsión. Lejos de advertir que los pensamientos negativos tienden a convertirse en un patrón de conducta altamente peligroso, la opaca creatividad y un notable rencor manifiesto nos ha acostumbrado a “catastróficar” la comunicación y las noticias. Caso contrario pareciera que de no ser así no resulta una apetecible primicia que impacte el inconsciente colectivo. Pésima resulta pues una reacción social acompañando o imitando este desvarío que persigue sólo cuestiones e intereses de partes ajenas al bienestar social.