Y un día tuve que caer en la Salud Pública, “caer” diría un impresentable político de turno. Gracias a Dios me acerqué un día al Centro de Salud Santa Teresita, de avenida Francia al 4400, dónde se ocuparon y preocuparon por mi salud. Llegué con una obesidad casi mórbida, desprolija, descuidada, sin ganas de nada. Me designaron una doctora, Marisa Wasemberg, y sin ofenderme en ningún momento me ayudó a tomar conciencia y tomar la decisión de cambiar mis hábitos. No sé los nombres de todos los que día a día se juegan el alma por cada persona que asiste al sistema de Salud Pública, pero sí se que cada uno de ellos ejerce la profesión impecablemente. Allí también había antes de la pandemia grupos de caminatas y psicólogos que acompañan cada caso. Tanta organización, tanta vocación de servicio para que todos tengan una atención, y no exagero. Hasta “los sin nombre”, como los llamo yo, desde el que te pone el alcohol en la puerta hasta los chicos que dan los turnos, no hay palabras para describirlos. A veces me siento a esperar y me provocan emoción algunas situaciones. Una vez vi como una profesional conseguía para una beba ropita o un cochecito, tenía más alegría ella que la persona que lo recibía. No sé cómo terminará mi historia, de lo que sí estoy segura es que doy gracias a Dios que hizo que un día “cayera” yo en la Salud Pública. Gracias Marisa Wasemberg, gracias a cada uno de los trabajadores de la Salud Pública de Rosario, Cemar, Heca, entre otros.