Acabo de regresar de los EEUU junto a mi familia de un viaje programado originalmente para septiembre del año pasado y luego reprogramado para esta fecha. Debido a las restricciones vigentes, y al decir de nuestra responsable de Migraciones, decidí comprar “el flan” para todo mi grupo familiar. Con este objetivo, opté por la alternativa de hacerlo vía web. No sólo fue complejo lograrlo, sino que no era confiable y a valores muy distintos a los de mercado. Decidí pedir ayuda a una empresa dedicada al rubro. Gracias a la excelente gestión de Cristina Schifano, Daminato logró conseguirme los pasajes que necesitaba. A más de 7.000 kilómetros de distancia, encontré un servicio orientado al cliente en forma excelente, entendiendo la situación de angustia y sin tener en cuenta sábado, domingo ni horario. Gracias Cristina y, en tu nombre, gracias Daminato. Punto y aparte. Hasta acá lo bueno. Con la compra realizada colaboré con una de las empresas más ineficientes que conozco al adquirir 14 pasajes para poder regresar, ya que al poder de turno se le antojó decidir que las únicas cubiertas de tren de aterrizaje que no contaminan son las de esta compañía. Con todo el dolor del alma, tengo que decir que no hay nada que agradecerle a Aerolíneas Argentinas. En ningún momento me trataron como un cliente, concepto que evidentemente desconocen por completo. Es más, daba la sensación de que nos estaban haciendo un favor por traernos de regreso olvidando por completo que habíamos pagado un pasaje. Para empezar, el web check in no existió. Se habilitó en forma presencial a último momento. Una vez embarcados, a modo de refrigerio, nos “tiraron” sobre los asientos una bolsa muy similar a la de residuos con una botellita de agua, una manzana, una barra de cereales, una galleta, un sandwich de pan lactal y un jugo. No hago referencia a la calidad de los alimentos, sino al modo de presentarlos. Con la excusa sanitaria del caso, nos aclararon que no recogerían los mismos una vez consumidos y que debíamos guardar los desperdicios debajo de los asientos. Aterrizados en Ezeiza, para cumplir con el otro antojo estatal y poder “darle de comer” a algún amigo del poder, el formulario del hisopado lo completamos en tres oportunidades. Primero, en una app, como no funcionaba lo hicimos en papel y finalmente se lo dictamos verbalmente a una persona que al mismo tiempo le repetía a otra para que lo ingrese al sistema. Entiendo que estas palabras puedan parecer tendenciosas, pero no hacen más que reflejar la realidad. No me quejo por haber tenido que comprar nuevamente mis pasajes de regreso, porque la realidad no hizo más que confirmar la advertencia del Poder Ejecutivo. Lo que impulsa estas líneas es entender que los hechos parecen indicar que más que una advertencia, las medidas tomadas tienen sesgo de instrumentar una amenaza. Por eso, no me quejo del “flan”, lo que quisiera que se entienda es que no pretendo que el Estado me regale el “flan”. Pero encima de aceptar que el único que puede venderlo es una empresa estatal, lo compré carísimo, lo mínimo que pido es que me entreguen el “flan”. El contagio de esta enfermedad, entiendo que no se previene “no trabajando”. Lo único que se logra con esto es disminuir las posibilidades de recuperar el país que en algún momento supimos tener. La empresa de turismo que nos ayudó no dudó en poner lo mejor de sus recursos para solucionarnos la situación. Por el contrario, la gente encargada del hisopado, con personal carente de formación y no idóneo para llevar tareas relacionadas al sanitarismo, no hizo más que empeorar la situación. La ineficiencia es más cara de lo que parece. Por favor, no dejemos que esto continúe. Tomemos conciencia. El mundo cambió su forma de vida desde la aparición de esta enfermedad. Sigue girando. No se detuvo. Copiemos lo bueno, no hay nada que podamos inventar.