Albert Camus, premio Nobel de literatura, mientras dirigía su periódico “Combat”, célebre por la resistencia francesa contra los nazis, decía: “La verdad tiene recompensas y es muchas veces huidiza, pero no hay que dejar de luchar ni un solo instante contra la mentira”. Desde su posición de periodista destacado agregaba: “Un país vale por lo que vale su lenguaje, de ahí parte la responsabilidad periodística e intelectual de no manipularlo, de no vaciarlo”. Sostenía acertadamente que honrando el lenguaje se educa a un país. Mientras que se percibía decepcionado al ver que un sector de sus colegas buscaban “agradar antes que educar”. Cuando la respuesta a su crítica intentaba justificar la irrupción de la prensa basura, amarillista, arribista, es decir la prensa disponible al mejor postor, bajo pretexto de que eso era lo que el público quería, respondía: “El público quiere lo que le enseñan a querer”, proponiendo: “Energía en lugar de odio, objetividad en lugar de retórica y sobre todo humanidad en lugar de tanta mediocridad”. Agregaba que: “Informar conlleva un deber moral ineludible, cualesquiera sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraiga siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto a lo que se sabe y la resistencia a la opresión”. Hoy a más de 70 años después de Camus, terminamos por comprobar que contra sus deseos de purificar una profesión que en cierto modo narcotiza al público, la frase que se impone incluso a la llamada pos verdad termina siendo “que nunca la realidad te arruine una buena noticia”.