En su patético, difuso e impreciso discurso ante el Congreso nacional, el presidente de la República cometió toda clase de imprecisiones cuando no falsas apreciaciones de la realidad que vivimos. En especial se las tomó con la Justicia en general y con la Suprema Corte, de manera más que descortés, en presencia de los jueces. Jueces que representan uno de los tres poderes del Estado, como corresponde en toda República democrática, aunque tal cosa no es del agrado de la señora vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, partidaria de cuanto autoritarismo ande dando vueltas por el mundo. El hecho es que las críticas no son por las mismas causas que afectan al ciudadano común, es decir en cuanto a la falta de rigurosidad de las penas a los abundantes delincuentes que padecemos, sino lo que le preocupa al mandatario es lo que eufemísticamente denomina “persecución política” de funcionarios y colaboradores de los gobiernos entre los años 2003 y 2015 acusados de graves hechos de corrupción. La Suprema Corte debería contestarle al presidente diciéndole que los argentinos están más que preocupados por la ineficiencia cuando no por la inacción de las fuerzas policiales en la represión del delito, y por la falta de seguridad que sufrimos la gran mayoría de los argentinos. Y con respecto a su gobierno, señor Fernández, los argentinos estamos cada vez más disconformes con su mal gobierno, cosa que lo expresan muy claramente las encuestas. Y si no cree en ellas, recuerde el resultado de las últimas elecciones en las que su agrupación, el “Frente de Todos”, apenas alcanzó el 30 por ciento de votos a nivel nacional, lo cual debería hacerlo recapacitar y pensar muy bien antes de hablar o discursear como lo hace.