Hay un cuento de Julio Cortázar sugerente y extraño, aunque no terminamos de comprender su simbología. Cortázar mismo desestimó algunas interpretaciones que se hacían en torno a su metáfora. Esa casa que va siendo tomada por misteriosas fuerzas nos recuerda al parque de nuestra infancia, el de los primeros paseos y fotos, el de nuestras visitas escolares -o con la familia- a exposiciones, a espectáculos, a los clubes, a la cancha, al Rosedal, la Montañita, el Jardín de Niños. En algún momento el sector de la Sociedad Rural donde se realizaban en los fríos agostos las muestras con toros y vacas campeones y lustrosos, gallos altivos y cantores, gallinas opulentas, faisanes, conejos y animales premiados con menciones y medallas, que veíamos maravillados, y que tal vez conocíamos, aunque no con esa envergadura, en los gallineros de nuestras casas, desapareció, como también los gallineros familiares, para siempre. El espacio fue clausurado; quedó detrás de un largo paredón a lo largo de 27 de Febrero y de los alambrados de bulevar Oroño, como una mutilación. Tiempo después el lugar de los parques de diversiones, ocupado alguna vez por el mítico Hollywood Park, también fue infectado por el mal a partir de un hecho infausto que no pudo superarse. ¿Falta espíritu creativo, operatividad, capacidad de reacción para que ante los problemas que se presentan, se opte simplemente por la supresión de las cosas? A medida que la enfermedad avanza sobre diferentes rincones del parque, éstos se inutilizan, tomados por la inacción, la incapacidad: galpones abandonados, espacios descuidados y cercados. Tendremos algún día que vallar el parque, retirarnos resignados y arrojar las llaves, como en el cuento de Cortázar, a una alcantarilla.