El indudable quiebre del pacto social que padecemos, que ha llevado a gran parte de la sociedad a confundir esperanza con resignación, nos impulsa a una democracia individualista modificando los indispensables elementos solidarios en un necesario resguardo de los derechos personales. Destacando la elevada dosis de narcisismo que naturalmente posee la democracia, convertimos nuestra convivencia en un egocentrismo definido como: "Modelo narcisista de la democracia". Aun sabedores y advertidos de que la sabiduría y la política tienen poco terreno en común, la ciudadanía se regocija y hasta se deja cautivar con dicho narcisismo. El viento favorable que pronostican ciertos narcisistas en campañas electorales, son alegremente bienvenidos por gran parte de la sociedad. Cuando los desmanejos y la falta de capacidad, desnudan sus ilusorios pronósticos, buscan excusas en una tormenta extemporánea, insistiendo en su egocentrismo como vía de futuro escape. Confirmado luego el fracaso del éxito pronosticado, quien conduce y sus acólitos terminan causando una gran pena al desnudar la tremenda ineficacia del camino elegido. Ese es el narcisismo de la democracia, un comportamiento de seres ensimismados, cuyas conductas pragmáticas buscan justificarse ante la oposición política y el poder económico, sin rendir cuentas ante la ciudadanía.