Sabía que esta vez se iba a dar. Si hasta había ciertas coincidencias históricas. Eliminar al clásico rival en la previa, como en el 71 (de la palomita de Poy al taquito de Herrera). Después apareció el empate con Temperley, como aquel empate de Palma en el campeonato del 86/87. Y ahora con Bauza de DT, que juega mal, pero yo algo presentía. Y me fui a Mendoza a ver la final. Porque no había asistido a las otras tres anteriores y porque mi hija mayor se iba seguro, y no podía dejarla sola otra vez. Pero, además me tenía fe. Voy yo y traemos la copa, repetía. El viaje eterno en el colectivo, los cantos, la hinchada, los nuevos amigos, los que me daban dos plateas de regalo para que vayamos todos juntos. Con mi hija teníamos populares y pensamos en regalarlas, como una de esas cosas locas que suelen pasar en la cancha. Y así fue. Se las ofrecíamos a cualquiera, pero todos tenían la suya. Cuando ya estábamos entrando a la platea, noté un pequeño tumulto pero entramos igual. No obstante, pegué la vuelta y fui a ver qué pasaba. Era un pibe en silla de ruedas, que junto a su hermana, suplicaba que los dejaran entrar, aunque sin su credencial de discapacidad correspondiente, pero evidente también. Entonces pedí salir y pude arrimarme al portón para gritarle al guardia que yo quería regalarles dos entradas. Nadie lo podía creer, pero así fue. Se las pase al guardia y entraron nomás. La hermana del pibe, entre lágrimas, empujó la silla de ruedas hasta cerca de donde yo estaba. Los dos me agradecieron infinitamente. "Esto que hiciste por mí no me lo voy a olvidar nunca", me gritó el pibe desde su silla de ruedas. "No es nada, loco, los canallas somos así". "Gracias, «canayón». Que Dios te bendiga. Hoy gana Central". Levanté el puño en símbolo guerrero y mientras me iba para mi sector le grité: "Bien ahí, loco. Pero vos ¿quien sos? ¿Cómo te llamás? Y con una sonrisa de oreja a oreja me contestó: "Jesús". El pibe de la silla de ruedas estuvo en la cancha, era Jesús. Jesús, el canalla.