No existe una democracia “real” que resuelva los problemas por sí misma, por puras reglas de procedimiento. Hacen falta hoy ciudadanos no meramente comprometidos con las protestas, los agravios y los obsoletos discursos de barricada sino con la política. Entendiendo etimológicamente la palabra “política” como “la virtud que cada individuo debe poseer para relacionarse socialmente en búsqueda de un bien común”, sea esto en cuestiones públicas como privadas, es decir saberse comprometido en la búsqueda de un bien que involucre tanto a la sociedad como a su propia familia. Ampliando esta definición no existen los apolíticos, pues todos somos animales políticos. En consecuencia necesitamos personas que empleen bien el sistema, no que sueñen con otro del que no tenemos un modelo claro, salvo en los ensueños retóricos de grupos egoístamente determinados y muchas veces minúsculos. La historia de la humanidad nos demuestra y se acentúa en nuestros días, que la ambición “per se” no le otorga sentido a nuestra vida. Transitamos el camino imperfecto, nos alimentamos más de contra democracia, que de construir y perfeccionar la confianza en un sistema que creímos históricamente era la más coherente de las formas de convivencia. Un instrumento que se está desvalorizando a favor de los medios alternativos de influencia inmediata como presiones callejeras, caricaturizar adversarios o propiciando un periodismo mercantilista de muy confusa eficacia. Todo procurando que desde la opinión disidente resulte más fácil forzar la retirada o el fracaso de un proyecto de ley, que elaborar y proponer la aceptación de una ley útil y deseada. Ojalá algún día las discusiones sean solamente para que aflore la verdad.