Pareciera que su aparición ese 20 de diciembre de 1972, en esta odisea de 72 días fuera fugaz, y así lo fue. Fugaz pero trascendental para los días vividos por los 16 sobrevivientes de Los Andes. Recuerdo las palabras entrelazadas de emociones, de su andar por esos rincones inhóspitos y perdidos de la sociedad. Su agudeza visual tan amplia para ver mucho más de lo perceptible por el ojo humano. No se trataba de un superhéroe con visión láser al estilo de Marvel. Sólo el observar de un sabedor de esos parajes: un oteador. Los vio desde lejos. Quizás fueran cazadores furtivos o dos integrantes perdidos de algún ejército secreto. Pero como buen oteador supo ver algo más en estos dos muchachos que estaban del otro lado del río Azufre. Uno de los dos se acercaba a la orilla del torrentoso río de manera zigzagueante y errática, llamando a este hombre del sombrero. Una vocecita apenas audible pero que logró ser escuchada a través de la potencia sonora de que río que los separaba, decía: “mañana, mañana”. Y los dos muchachos quedaron en vigilia. Habían sido vistos luego de 70 días: ¿estarían salvados? ¿Volverían a buscarlos? ¿ Sería otra esperanza esfumada en esta travesía? Alegría y desconcierto, otra cucharada más. El hombre del sombrero, hizo lo que tenía que hacer dar una mano a esos muchachos. No le importó abandonar a las vacas varias horas para regresar y ayudar a los de la otra orilla. Y los sorprendió el amanecer. Un día más que habían vencido la oscuridad de la noche, un día más donde encontraron que había vida porque había esperanza. Y vieron a aquel hombre que había vuelto –como lo hubo dicho– y a otras personas más, y el intercambio de notas y de esos panes amasados, comunicación y alimento fueron tan intensos que lograron volar por sobre el río. Y llegó el rescate y el sueño de sacar a sus 14 compañeros se hacía posible don Sergio Catalán, el hombre del sombrero, sólo hizo lo correcto, obedecer la voz de su corazón que lo invitaba a no abandonar a esos dos que se notaba que estaban perdidos. Ellos buscaron, salieron y esto es el milagro. Más de 47 años y aún tanto para seguir aprendiendo de los 16 sobrevivientes de Los Andes y de este arriero lleno de la sabiduría de los simples. En paz descansas arriero de la vida, donde estés nos seguirás mirando.