Este dato de participación podría celebrarse en EEUU, donde normalmente el vencedor suele acaparar la mitad de los votos del 50 ó 60 por ciento del electorado, pero en Brasil podría traducirse en batallas políticas que amenazarían la gobernabilidad. Esto se debe en parte al hecho de que muchos brasileños siguen molestos por la caída de Rousseff, que fue vista más como un derrocamiento político que como un castigo por un delito. Además, el fragmentado sistema político del país, con más de 30 formaciones con representación parlamentaria, supone que los presidentes deban invertir buena parte de su capital político en la formación de coaliciones. En última instancia, un mandato débil lo haría más difícil.
Los brasileños llevan tiempo quejándose de sus líderes electos, en parte por el mayor escándalo de corrupción en la historia de la región. Lanzada en 2014, la operación Lava Jato (Lavado de auto) —una investigación sobre los sobornos pagados por empresas de construcción— tumbó a muchos de los principales empresarios y políticos del país. Uno de ellos es el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, quien encabeza las encuestas para los comicios de octubre pese a estar cumpliendo una sentencia de 12 años por corrupción.
Es muy probable que las autoridades electorales no permitan la presencia de Lula en la boleta, que sería uno de los factores que podría desanimar a los votantes de su Partido de los Trabajadores (PT). Antiguos partidarios de la formación perdieron la fe en ella ya que estaba en el poder cuando ocurrió gran parte de la corrupción.
Votar es obligatorio en Brasil, aunque la multa por no hacerlo —el equivalente a cerca de un dólar— tiene poco efecto sobre los que prefieren no molestarse. En las elecciones generales de 2014, casi el 19 por ciento del electorado brasileño no acudió a votar y cerca de un 9 por ciento más dejó las boletas en blanco. El resultado final: Rousseff fue reelegida por un estrecho margen, con el 38 por ciento de los votos del electorado potencial. La oposición barajó entonces la posibilidad de un juicio político, basándose en acusaciones que iban desde fraude electoral hasta violaciones de las normas de financiación de la campaña. Finalmente, fue derrocada por gestión ilegal del presupuesto, una acusación que sigue negando.
En este ciclo electoral, todo indica que el panorama será peor. Una encuesta elaborada en junio por el Instituto Datafolha determinó que el 28 por ciento de los brasileños no tenía intención de votar si se diese el escenario más probable en los comicios: que el ex alcalde paulista Pablo Haddad reemplace a Lula. "Un elevado número de abstenciones no anularía la legitimidad de las elecciones desde un punto de vista legal", manifestó Claudio Lamachia, presidente del Colegio de Abogados de Brasil. "Pero hace que nuestra representación sea menos legítima".
Desde hace meses, políticos y autoridades electorales realizan llamados a acudir a las urnas, una retórica de búsqueda de votos que no suele verse hasta las semanas previas a las elecciones. Esta preocupación se agravó en junio, cuando el 50 por ciento de los votantes se abstuvo en unos comicios extraordinarios para elegir al gobernador de Tocantins.
Una cifra elevada de abstenciones beneficiaría al diputado Jair Bolsonaro, un ex capitán de marina que atrae tanto a seguidores entusiastas como a detractores. Su rival más cercana es la ecologista Marina Silva, que perdió en las elecciones de 2010 y 2014. Ambos tienen entre el 15 y el 20 por ciento de la intención de voto. También competitivos, aunque muy por detrás con menos del 10 por ciento de intención de voto, son el izquierdista Ciro Gomes, que ocupó cargos en Ejecutivos previos, y Geraldo Alckmin, un político de derecha que fue gobernador de San Pablo.
El entusiasmo que despiertan los candidatos es tan bajo que los analistas dicen que los votos de rechazo podrían determinar quién es el vencedor. El candidato que despierta más condenas es Bolsonaro, que tiene un largo historial de comentarios racistas, sexistas y homófobos. Según un sondeo de Ibope, un 32 por ciento del electorado dijo que no lo votaría bajo ningún concepto, solo un punto porcentual más que en el caso de Lula. El siguiente en la lista fue Alckmin, que tiene fama de blando y fue rechazado por el 22 por ciento del electorado. "Solo saldría de casa si es para bloquear a Bolsonaro. Podría votar en su contra, pero no votaré por ninguno de los candidatos", dijo Guilherme Prado, un conductor de Uber de 44 años. "Ninguno me da la confianza de que Brasil vaya a ir mejor el próximo año".