El Día de los Fieles Difuntos, además de ser una jornada dedicada a la oración y al recuerdo de nuestros seres queridos que partieron de la vida terrena, es también una oportunidad para reflexionar sobre el misterioso hecho de la muerte y de la existencia en el más allá. Sócrates, condenado a beber un veneno mortal, en los instantes previos a este hecho, ante el llanto de las mujeres presentes en el lugar ordenó llevarlas afuera, porque consideraba que había que morir entre palabras de buen augurio, no en medio del llanto. Cuatro siglos después, Jesucristo traería al mundo las palabras que, quizás, el filósofo griego deseaba escuchar en aquél momento. "No se inquieten –decía Jesús–. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes".